Texto de Vilma Coccoz

En Tres ensayos para una teoría sexual Freud explica que el hallazgo del objeto sexual, la culminación de la escansión[1] que representa la metamorfosis de la pubertad es, en realidad, un reencuentro. Finalizado el período de latencia, tiene lugar una reedición del Edipo, una repetición de la matriz del deseo formada a partir de los traumas, la impronta del autoerotismo en el cuerpo y las elecciones que se sucedieron en los primeros años de la infancia.

Muchos años separan tales afirmaciones ocasionadas de la revisión requerida por el caso de la joven homosexual,[2] quien habría llegado a la pubertad sin accidente alguno; atravesado un complejo de Edipo “normal” orientándose, sin embargo, hacia un cambio de condición sexual como consecuencia de un acontecimiento traumático. Una nota a pie de página consigna una pregunta fundamental: “¿Habremos de esperar que esta época [la adolescencia] demuestre también algún día una decisiva importancia?”.[3]

En buena lógica lacaniana, la pregunta de Freud anticipa su respuesta. La pubertad no solo reaviva las huellas de las tempranas elecciones y fijaciones inconscientes sino que demuestra ser una encrucijada vital, una auténtica crisis del deseo, resultante del encuentro con lo traumático de la sexualidad, lo real, imposible de escribir en la memoria inconsciente. Los seres humanos, “afectados de un sexo”,[4] carecen de una clave inequívoca para orientarse hacia un partenaire y resienten gran inseguridad respecto a su identidad sexual. A diferencia de la ley de la gravedad, que explica la atracción de la materia hacia la Tierra, no existe una fórmula para escribir el código de atracción de los cuerpos y el hecho de topar con esta imposibilidad justo en el momento en que se reclama, desde el discurso del Otro, la declaración de su ser sexuado, ocasiona una conmoción subjetiva en el adolescente que hace temblar las identificaciones en las que sostenía su palabra y su cuerpo hasta el momento.

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