I
En la enseñanza de Lacan hay dos claras trayectorias. En la primera, el punto de partida es lo simbólico, el tiempo de un Otro original donde predomina el lenguaje y la comunicación. En la segunda, el punto de partida es el goce, que responde al régimen del Uno sin Otro: el sujeto se encuentra solo con el goce, separado de todo sentido y se ve llevado a tener que inventar el Otro.
En la primera, Lacan sitúa la paranoia a la cabeza de los estudios de las psicosis (véase el comentario del caso de Schreber en el Seminario III). Luego, veinte años después, el eje se desplaza a la esquizofrenia (siendo la referencia Joyce, en el Seminario XXIII).
Ya desde la primera, Lacan usa el término de «solución» en el sentido de dar una solución a un enigma frente al cual el sujeto se halla confrontado. El término de solución lo encontramos en «De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis» cuando, al introducir la metáfora paterna, Lacan se refiere a la significación enigmática del Deseo de la Madre y a la mediación del significante del Nombre-del-Padre como solución: frente al Deseo de la Madre, que se presenta como un significante traumático, el sujeto debe encontrar una solución.
Al plantear este binomio, «enigma-solución», Lacan señala las diferentes soluciones a los tres tipos de alteraciones presentes en las psicosis.
1) La primera alteración es la ausencia de la barra que separa el significante del significado, cuyo efecto inmediato es la coalescencia entre significante y significación. Lacan indica el neologismo como solución. En efecto, el neologismo psicótico es un significante nuevo, o bien un nuevo uso del significante, que permite detener la significación que se desliza sin remedio hasta el infinito. En otras palabras, el neologismo es un significante que el Otro le impone al sujeto y que da una significación al conjunto de lo que se escapa a la significación logrando así detener las significaciones.
2) La segunda alteración es la falta de un punto de capitonado que impide el deslizamiento de la cadena significante y, por lo tanto, que llegue a producir una significación particular. La ausencia de un punto de capitón puede ir desde el lenguaje maníaco, pasando por la repetición de frases que no significan nada (ritornello), hasta las frases interrumpidas. En efecto, cuando Lacan habla del “discurso pulverulento” del psicótico se está refiriendo al hecho de que los elementos del lenguaje se encuentran disociados (como si le faltase el cemento para mantenerlos unidos).
En el polo opuesto, Lacan sitúa la holofrase, cuando los significantes se apelotonan entre sí, pegoteándose como placas magnéticas y haciendo imposible cualquier articulación entre ellos.
3) Por último, una tercera alteración es la «ausencia de firma». Cuando el sujeto, al percibir la alteridad del lenguaje, no consigue firmar su discurso, es decir, no consigue apropiarse de sus palabras, muy especialmente las que conciernen a su relación con la libido. Por ejemplo, tal hombre no puede decir «me gusta ese joven» y, en su lugar, dirá «he visto señales que muestran que él se siente atraído por mí», o bien, siguiendo el conocido enunciado del celoso delirante, no dirá «yo lo amo (a él)», sino «es ella quien lo ama». Verificamos en estos fenómenos la ausencia de firma1.
En definitiva, este difícil enraizamiento en lo simbólico es el que hace necesario buscar soluciones que, si bien pueden ser frágiles, aleatorias y singulares, sin embargo pueden llevar a la invención de un estilo.
Que la invención psicótica pueda encontrar su firma en un estilo es lo que Lacan observó muy pronto en uno de sus primeros escritos cuando señala que el estilo del artista puede concebirse como una elección ética, una elección arbitraria «cuya espontaneidad se impone contra cualquier control».2Así es como podemos afirmar que un estilo es eso que puede llevarnos a decir: ¡Ah, eso es un Chaissac3 ¡eso es un Picasso! ¡eso es un Joyce, un Beckett, etc.!