Si uno no se detiene a explorar, un poco más allá del sentido inmediato que puede producir el enunciado: Todo el mundo está en su mundo, se corre el riesgo de deslizarse con una cierta facilidad a una comprensión demasiado precipitada que revelaría algo que ya se sabe, podemos decirlo así, desde el sentido común. Todo el mundo está en su mundo, es un sintagma que puede ser utilizado para ilustrar una pluralidad de fenómenos que inscriben una modalidad de lazo social, gracias a las representaciones que determinan la existencia de un sujeto y su relación con el mundo. Y eso, en primera instancia, evoca la dimensión de que existen una variedad de mundos determinados por los símbolos, múltiples, que preceden nuestra existencia de sujetos. Y cada cual habitaría uno, el suyo, que en principio no sería el mundo de los otros. De esta manera, la existencia del mundo para cada uno dependería de la interpretación que se formule a partir de un relato sobre el mundo al que la contingencia hizo que fuese arrojado. La organización misma del lazo social es tributaria de una interpretación sobre el sentido del mundo.

Por ejemplo, las frases cotidianas que muchas veces se pueden escuchar del tipo: «¿en qué mundo vives?», o «tú no estás en este mundo!» O: «déjalo, no ves que está en su mundo…», si bien dan cuenta de una disonancia entre los mundos que se habitan, no obstante su enunciación misma hace resonar que habría un mundo en el que se tendría que estar. Y que de alguna manera hay que despertarse para ser alguien en el mundo de las representaciones que nos han tocado en suerte, según el momento, el tiempo y la lógica en que una civilización organiza un sistema de presencia de los sujetos en el mundo.

Desde las religiones, sean estas laicas o no, tanto las que se inscriben en las tradiciones que han logrado perpetuarse en el tiempo, hasta las formas contemporáneas del intercambio que revelan la urgencia de construir ficciones, mas o menos efímeras, más o menos bizarras, que vengan a amortiguar el vértigo que produce hoy en día el declive, ya irreversible, de los soportes que la tradición ofrecía para organizar el lazo social. Así, se pretende darle al mundo una consistencia que sea solidaria con las representaciones, sean cuales fueren, en las que el sujeto se pudiera alojar y de esta manera hacer emerger el sentido que al mundo, como tal, le falta. El sentido, es un recurso ante el agujero de lo real, velado por un relato al que se le pretende imprimir un estatuto de verdad. Pero, lamentablemente, esa verdad nunca es suficientemente verdadera, no alcanza para amortiguar el impacto de un traumatismo que implica el encuentro con un real sin ley ninguna que lo regule.

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