Si cada uno está en su mundo tal y como nos dice el título de las XXI Jornadas de la ELP, uno de los mundos posibles es el del «dolor».

Me interesa hacer una reflexión sobre esos dolores que el historiador Andrew Hodgkiss ha denominado «dolores sin lesión bichatiana»2, es decir sin lesión morfológica. Se trata de esos dolores crónicos que colocan al discurso de la ciencia en un límite, interpelando la práctica médica y colocándola en la impotencia3.

En La muerte de Ivan Ilich, Tolstoi relata la inconmensurabilidad del dolor como malestar y la discordancia entre el síntoma, la certeza y la verdad.

Ivan Ilich es un hombre corriente que después de una promoción profesional se dedica a hacer algunos arreglos en su nueva casa. Todo va bien en lo laboral y lo personal, le habita un sentimiento de plenitud. Decide decorar su casa una vez que ha salido de las penurias y de la necesidad. Dice Tolstoi: «La vida de Ivan Ilich no podía ser más sencilla, más corriente, ni más terrible»4.

La ausencia de subjetividad se extiende a la vida familiar y constituye el epicentro sobre el que se levanta una vida inanimada que el autor relata como una naturaleza muerta. Un hombre cortés, razonable, que alternaba la tristeza y el mal carácter con su esposa y que sentía la necesidad de salvaguardar su mundo de funcionario más allá del que le rodeaba en el ámbito familiar y del que «no podía entender nada»5.

Colocando unas cortinas sucede un acontecimiento sin importancia, un golpe liviano, un pequeño dolor. El dolor vuelve una y otra vez, cada vez con más amplitud e intensidad. Busca una explicación porque le resulta incomprensible que algo que no es nada se convierta en una tortura agonizante. Los diagnósticos médicos se superponen sin solución alguna. El otrora funcionario llega a convertirse en un grito sin causa, en la desproporción manifiesta entre el sufrimiento y lo incomprensible.

La novela es muy perturbadora porque el sufrimiento subjetivo es su protagonista. El dolor lo desborda y lo aniquila como sujeto. El relato no ocurre en ningún lugar anatómico preciso, no se trata de un dolor imaginario, sino que se percibe en el cuerpo apoderándose de él y alcanza su clímax en la sonoridad extrema de los lamentos y los gritos, «la enfermedad no se ve, pero se oye»6. Esa ex-timidad del «dolor» designa de una manera problemática lo real en lo simbólico.

En la clínica constatamos que el síntoma del dolor se presenta sin que pueda ser claramente clasificado; o, si lo es, como el caso de las fibromialgias o el síndrome de fatiga crónica, no hay orientaciones terapéuticas estandarizadas o eficaces7. En estos casos, la experiencia dolorosa convoca automáticamente la relación entre lo mental y lo corporal, lo que opera sin intervención de la conciencia o de la voluntad, obligando a orientar la clínica a partir del relato del paciente, de su enunciación, territorio propio de la práctica del psicoanálisis8.

Freud en sus primeros textos nos habla de estos pacientes que mostraban una sobreabundancia de dolencias dolorosas9. Considera que el dolor consiste en una irrupción de grandes cantidades de energía, provenientes del exterior, en las neuronas de recuerdo, es decir al nivel del inconsciente. Para Freud, «la cantidad de energía externa produce la apertura de una senda y es un hecho que el dolor, a su paso, deja brechas abiertas en las neuronas de recuerdo, como un flechazo amoroso»10.

Una cosa es la experiencia del pasado de un dolor provocado por un hecho traumático real y otra es su reviviscencia bajo la forma de un afecto doloroso: «En el caso de una experiencia dolorosa, la fuente es, evidentemente, la cantidad de energía que llega desde el exterior. En el caso de los afectos dolorosos, es la cantidad de energía interna liberada por la brecha ya abierta»11.

De esta forma, tal y como ocurre en todo afecto, un dolor vivido sería el recuerdo de un dolor antiguo: «Los estados afectivos están incorporados en la vida anímica como unas sedimentaciones de antiquísimas vivencias traumáticas y, en situaciones parecidas, despiertan como unos símbolos mnémicos»12.

Para Freud, en el campo de las neurosis, el mecanismo que se produce es el de la conversión, tal y como hemos mencionado anteriormente. De esta forma se trataría de establecer el sentido del síntoma para que el paciente pueda hacer un trabajo con la palabra que permita liberarle del dolor corporal. Esta orientación está claramente desarrollada en el caso de la señorita Isabel de R., que publica en 1895.

En ocasiones Freud define el dolor corporal comparándolo con la pulsión, de forma que la agresión externa y anormal que provoca el dolor evoca la agresión interna y normal de la pulsión. En ambos casos, el mecanismo es el del exceso de excitación: «Es probable que el dolor específicamente penoso que acompaña al dolor psíquico provenga de una ruptura parcial de la barrera de protección. Así, las excitaciones que llegan de esta región periférica afluyen continuamente hacia el aparato psíquico central, como si se tratara de excitaciones procedentes del interior del aparato»13.

De esta forma el dolor corporal puede ser considerado como un síntoma, como una satisfacción sustitutiva de una pulsión reprimida. Se trata de entender el síntoma no solamente como algo descifrable, al igual que en los sueños, que tiene un sentido, sino también como la sustitución de aquello que está reprimido, que falla y que él ubica como una satisfacción sexual sustitutiva, que puede perturbar las diferentes funciones del cuerpo.

Lacan nos dará una brújula valiosa en su intervención en el Hospital de la Salpêtrière: «Pues lo que yo llamo goce es el sentido en que el cuerpo se experimenta, es siempre del orden de la tensión, del forzamiento, del gasto, incluso de la hazaña. Incontestablemente, hay goce en el nivel donde comienza a aparecer el dolor, y sabemos que es solo a ese nivel del dolor que puede experimentarse toda una dimensión del organismo que de otro modo permanece velada…»14.

Aquí Lacan dice que lo que llama goce es el sentido en que el cuerpo se experimenta porque se trata de un cuerpo vivo, aunque «doloroso» y podríamos añadir «embrollado», la manifestación de un goce deslocalizado y a la deriva que se experimenta como dolor generalizado. Estos dolores fatigosos, portan lo mortífero de un goce que no se anuda con el goce de la vida15.

Nos dice Miller que a veces: «nos encontramos con sujetos embrollados por el cuerpo, y a tal punto que el tema se plantea a menudo tratando de saber si el sujeto es analizable, porque, para analizarse, no hay que estar exageradamente embrollados por el cuerpo…y eso se logra con la simbolización»16

Hay que considerar que la palabra «embrollos» tenía una connotación especial para Lacan en su última enseñanza: la relación a lo real. Lo real es el negativo de lo verdadero en el sentido en que no está ligado a nada, no tiene ley, está por fuera del lenguaje y no se deja dominar por lo simbólico ni lo imaginario; lo real enreda lo verdadero. El enfermo tiende a pensar que la proliferación de sensaciones inconexas y fenómenos del cuerpo, terminará por volverle loco, todo su mundo gira en redondo y fijado a la experiencia dolorosa.

Lo característico de este síntoma es la radical separación entre la subjetividad y el dolor. El elemento común que encontramos es el del rechazo al saber, al inconsciente, a la vertiente simbólica del síntoma como mensaje17.

¿Cómo orientarse en la clínica del dolor? ¿Qué invenciones se pueden encontrar?

Hay algunos casos en que la operación consiste en producir un síntoma en las coordenadas de las neurosis. No me voy a extender en este punto. Hay casos clínicos en los que el relato de la misma experiencia dolorosa encuentra sus referencias en el campo simbólico y la pregunta por el síntoma se produce tras las entrevistas preliminares. Podríamos denominarlos como solución sintomática, en el sentido más clásico.

La dificultad clínica surge en aquellos casos en que el sujeto está desabonado al inconsciente y el goce a la deriva, que desborda el cuerpo, no está limitado por la castración. Los fenómenos del cuerpo y el delirio responden a la forclusión del Nombre del Padre. Cuando escuchamos «me duele hasta la carne. No soporto las sábanas cuando voy dormirme» «El cuerpo me pesa más de una tonelada», etc., no escuchamos el delirio común que responde a la lógica de la forclusión generalizada del ser hablante. Todo el mundo es loco, pero también hay que considerar el cada uno18.

Se trata del delirio que se corresponde con la forclusión del Nombre del Padre. El sinthome en el que el Nombre del Padre tiene la función de anudamiento de los tres registros (R,S,I) no es equivalente al sinthome que nomina en la clínica la enunciación de «soy fibromiálgica». Esa solución identificatoria nomina lo real, pero coagula y fija el goce a la deriva sin que produzca mutaciones sobre el «fardo del goce del cuerpo doloroso». Nos dice Lacan en el seminario El sinthome que el parlêtre adora su cuerpo, porque cree que lo tiene, y advierte que su única consistencia es mental porque su cuerpo a cada rato levanta campamento. Esto se constata en muchas ocasiones en la clínica de la melancolía, de la esquizofrenia y las hipocondrías «dolorosas».

Pensar la clínica de las soluciones singulares de cada uno supone que en primera instancia hay que encontrar la manera de articular la clínica nodal y continuista propuesta por Lacan a partir de los años 70, con la clínica estructural y discontinuista anterior. Se trata de producir una localización o reducción del goce, reducir la deriva de la libido y su desborde para que pueda tornarse vivible. Se trata de una «clínica de la reparación» singular posible.

Lacan nos habla en el citado seminario de dos operaciones posibles de la intervención analítica: «en el análisis se trata de suturas y empalmes»19. La sutura entre el registro imaginario y el simbólico para producir un sentido. El empalme entre lo simbólico y lo real; y nos da una indicación: «Encontrar un sentido implica saber cuál es el nudo y unirlo bien gracias a un artificio»20. En estos casos el «saber hacer» con lo real del goce del cuerpo introduce la dimensión pragmática de la clínica, la operación de «empalme» que produzca un «artificio» que permita a partir de lo singular del goce hacer un lazo. El artificio de Joyce es el sinthome, pero también hay otras soluciones posibles. La búsqueda de un significante amo que ordene el mundo del sujeto, de las identificaciones imaginarias o simbólicas que pacifiquen el desborde del goce corporal.

A veces es posible y otras no. El psicoanálisis también se encuentra con un límite.

Santiago Castellanos, A.M.E. Miembro de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis. Psicoanalista en Madrid.

scastellanosmarcos@hotmail.com

 

Notas:

  1. Presentado en el marco de las XXI Jornadas de la ELP, «Todo el mundo está en su mundo. Clínica de las invenciones singulares», Barcelona, noviembre 2022.
  2. Bichat (1771-1802) ha pasado a la historia de la medicina por ser el gran renovador de la anatomía patológica, convirtiéndose en el fundador de la histología moderna, a través de la autopsia y la experimentación fisiológica.
  3. La ausencia de una explicación para quien experimenta el dolor, que remita a un daño morfológico, es fuente de mucha tensión entre el que lo padece y el que pretende sanarlos (médico).
  4. Tolstoi, León, La muerte de Ivan Illich, Biblioteca de Clásicos Universales, ediciones Orbis, 1988, p. 20.
  5. Ibid., p. 29.
  6. Moscoso, Javier, Historia Cultural del dolor, Taurus, 2011, p. 250.
  7. En la actualidad sabemos más de esos cuadros y al mismo tiempo muy poco. La pérdida de fuerza, energía psíquica y el dolor crónico intenso son síntomas que tienen una gran prevalencia en la población. «Una enfermedad no existe como un fenómeno social hasta que estamos de acuerdo en que realmente existe», decía el historiador de la medicina Charles Rosemberg en 1989. (304) en 1997, el mismo autor consideraba que esta existencia venía determinada por la forma en la que era nombrada. La neurastenia fue una enfermedad descrita por el neurólogo americano, George Miller Beard, en la segunda mitad del siglo XIX, quien describió un conjunto amplio de síntomas somáticos y psicológicos, que evolucionan de forma crónica.
  8. Mientras que el médico considera el cuerpo como un mapa que le provee sus signos patológicos y se orienta a partir de esa objetividad, el paciente da cuenta de su malestar a partir de su relato, de sus palabras, que pueden ser escuchadas y leídas por el psicoanalista. Para el médico es fundamental la coherencia discursiva del paciente y su correlato con la lesión anatómica o alteración objetivada.
  9. Freud, S., Estudios sobre la Histeria: «no pueden realizar una actividad intelectual a causa de los dolores de cabeza y faltas de atención, les duele los ojos al leer, las piernas se le cansan cuando caminan, sienten dolores sordos o se adormecen, padecen trastornos digestivos, vómitos, espasmos gástricos…»
  10. Freud, S., «Proyecto de psicología para neurólogos», en Obras Completas, op. cit., p. 210.
  11. Ibid.
  12. Freud, S., «Inhibición, síntoma y angustia», en Obras Completas, op. cit.
  13. Freud, S., «Más allá del principio del placer», en Obras Completas, op. cit.
  14. Lacan, J., «Psicoanálisis y medicina», en Intervenciones y textos I, Manantial, Bs. As., 1985.
  15. Castellanos, Santiago, El dolor y lo lenguajes del cuerpo, Gramma ediciones, p. 10.
  16. Miller, J.-A., «Conversación Clínica de Burdeos. Los embrollos del cuerpo», en Ornicar nº 50, 2002.
  17. Lacan dice al final de la conferencia «Joyce el síntoma II» que el goce del síntoma es un goce opaco que excluye al sentido, añadiendo una indicación clínica fundamental cuando nos encontramos con esta clínica que rechaza el saber del inconsciente: «Sólo se despierta por ese goce, un goce desvalorizado por el hecho de que el análisis, recurriendo al sentido para resolverlo, no tiene ninguna posibilidad para resolverlo si no es dejándose enredar… por el padre, como lo indiqué»
  18. Intervención de Miller el 22.02.2022 en «Questión d’École: La dépathologisation de la clinique».
  19. Lacan, Jacques., El Seminario, libro 23, El sinthome, Paidós Ed., Buenos Aires, 2005, p. 71.
  20. Ibid.