“Entonces escribir es la forma de quien tiene la palabra como carnada:
la palabra pescando lo que no es palabra. Cuando esa no palabra
–la entrelínea– muerde la carnada, algo se escribió”.

Clarice Lispector. Agua viva2.

 

Responder a esta pregunta indirecta creo que concierne quizás a toda la historia de la escritura, desde las primeras huellas o trazos que el ser humano cuasi hablante fue dejando en su anhelo de transmitir la experiencia de estar vivo. El título de la Gran Conversación nos enfrenta a la ausencia de un significante que permita nombrar, por un lado, al conjunto de las mujeres y por otro, el goce que nos habita en tanto parlêtres y del que no podemos dar cuenta por medio del registro simbólico. Esa misma ausencia empuja a decir y también a intentar sin cesar que algo se escriba. Para poder abordarla haré un pequeño recorrido por lo que para Lacan es la letra y la escritura, y lo ilustraré con algunas referencias literarias.

Los límites del lenguaje

Como bien desarrolló Saussure tomando el significante como unidad mínima, el ser hablante está condenado a moverse en una lógica binaria marcada por el par S1-S2. Si un significante remite a otro y puede hacerlo de manera infinita, ¿cómo hallar en ese océano significante un lugar para la identificación? En esta imposibilidad, el sujeto del deseo inconsciente se topa con su paradoja ya que emerge precisamente como puro vacío en el intervalo entre dos significantes. Esta deriva metonímica puede encontrar, no obstante, una detención por la vía de lo que Lacan llamó metáfora paterna y que permite alcanzar un sentido. Pero a partir del Seminario 9 Lacan va dejando ver que este mecanismo de detención no es en realidad suficiente. Hará falta alcanzar el desarrollo sobre el objeto a, que como bien muestra la lógica del fantasma, forma parte de la cadena significante, pero no por completo.

No obstante, en los años 70 Lacan dará un giro que abrirá el camino para otro momento de su enseñanza. Con su escrito “Lituratierra”, contemporáneo del seminario que dicta en 1971, De un discurso que no fuera del semblante, Lacan comienza a poner en cuestión el alcance de la lingüística, de la que incluso no duda en mofarse, así como del propio modo de leer estructuralista, y se plantea el abordaje por la vía de la lógica. En ese contexto, da cuenta de su encuentro con la escritura japonesa y china en las que se apoyará para pensar la relación entre letra y significante sobre la base de sus desarrollos acerca del sujeto, el lenguaje, la estructura y el goce.

Pero Lacan ya había pensado en ello anteriormente en su escrito “La instancia de la letra” y en el seminario sobre “La carta robada”. En la distinción entre significante y letra, esta se revela como lo que queda del significante, su reducción, cuando se vacía de significación. Asimismo, insiste en el efecto feminizante de la carta/letra porque introduce la posibilidad de la pérdida, lo que podemos tomar quizás como una pista que retomará y desarrollará más adelante en relación con la lógica del no-todo.

En los 70 recurre a dos términos que diferenciará con claridad para mostrar que “(…) la letra es litoral (…). El borde del agujero en el saber es lo que ella dibuja”3. De este modo introduce una distinción entre frontera y litoral que conviene leer con cuidado porque concierne a la lógica que irá llevándolo hacia las fórmulas de la sexuación. Mientras que el concepto de frontera marca un confín entre dos territorios homogéneos, podríamos decir que pertenecientes a un mismo orden, el litoral tomado de la imagen del agua que bordea la costa, que baña sus orillas, invita a pensar en dos espacios o zonas no recíprocas.

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