“Lo que me ha sorprendido no es el fracaso miserable de los amores y los fantasmas de Emma,
sobre el cual Flaubert se pone pesado, es la intensidad de llama viva que plantea su heroína,
en el centro del sueño espeso de un agujero de Normandía, como una antorcha encendida”.

Julien Gracq, Leyendo, escribiendo2.

 

Supongamos que todavía dura el tiempo en que ni siquiera había que haber leído la novela de Flaubert para conocer a Madame Bovary. Éste caminaba tanto mejor en las profundidades del gusto cuanto que dibujaba un retrato de la mujer moderna aparecida después de la Revolución Francesa. Este retrato no ha envejecido, aunque nuestro mundo ya no tiene mucho que ver con el de nuestra heroína, es decir Normandía durante la Monarquía de Julio3. La llama encendida por Flaubert sigue ardiendo porque ha empapado su pluma en la tinta de la pasión femenina siguiendo como ella el trayecto que va de la satisfacción al sufrimiento -como Flaubert no era completamente lacaniano, no imaginaba lo contrario.

Emma Bovary no es solo una mujer puesto que Flaubert quería que su heroína tuviera, según sus palabras, un carácter general e hiciera soñar a mil mujeres. Es decir, esta mujer de papel estaba escrita desde el lugar abierto a todos y cerrado a cada uno donde se aloja la Mujer que no existe. Es un lugar vacío, pero a veces se encuentra algo ahí, señala J.-A. Miller. ¡Bueno, ese algo es Emma4!

Obra de maduración lenta -cinco años de escritura (1851-1856), un texto donde cada palabra cuenta como en el poema más cincelado, miles de páginas corregidas hasta el impresor, etc.-, su éxito fue en cambio inmediato y fulgurante hasta que la censura le hizo un juicio por desgracia perdido.

El éxito de Madame Bovary se debió, sin embargo, mucho más a la epidemia identificatoria que desencadenó que a las pasiones tristes de ningún censor. Puerta abierta a las mil parecía decir Flaubert, que sin duda habría estado encantado post mortem al ver cómo su novela alumbraba la categoría clínica de bovarismo, la cual hizo furor en los locos años 20. Dejemos las definiciones un poco ampulosas para no retener más que el reto clínico concreto que es la relación del sujeto con el ideal. En el caso de Emma, se trata del síntoma de la mujer que sueña con el príncipe azul cuando solo encuentra a un pobre tipo jadeante en la rueda del capitalismo. Vamos a precisar el rasgo subrayando con J.-A. Miller que Flaubert va más lejos mostrando cómo la sexualidad femenina encuentra tan poco lugar en el mundo del hombre que a veces llega a lo peor5.

Que esta novela surgiera en el siglo XIX tiene sus razones ya que es la época en que la ciencia y la revolución industrial comenzaron a trastornar nuestras vidas: hombres y mujeres quedaron apresados en la carrera de la plusvalía, el amor reducido a un sueño más o menos despierto, y el sexo, señala Lacan, arrinconado6. Si la mujer reinó en el siglo de Las Luces, Balzac consideraba que luego ya no existía. Stendhal seguramente pensaría lo mismo y lo lamentaría ya que en una báscula temporal que tiene su encanto, publicó bajo Luis Felipe escribiendo con una pluma del siglo XVIII7.

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