El amor hace existir a un Otro a quien se supone portador de un saber acerca de nuestra verdad1. Se cree que amándolo se accederá a esa verdad que esconde y que colmará la falta en ser. Pero allí donde se busca un saber sobre cómo relacionarse, se encuentra el malentendido entre los sexos del que da cuenta el aforismo lacaniano No hay relación sexual. Porque el amor, decir que no tiene que ver con la verdad, agujerea el saber. Es elaboración de saber frente a lo que se ignora, es decir, “que no es más que deseo de ser Uno, lo cual nos conduce a la imposibilidad de ser Uno, imposibilidad de establecer la relación de dos sexos”2.
El amor lacaniano, a diferencia del amor en Freud que es repetición, es invención de un nuevo lazo en esa relación compleja del parlêtre con el otro sexo. De ahí que en su Seminario 20 Aun Lacan hable del amor como impotente aunque recíproco, ya que “el amor, si es verdad que está relacionado con el Uno nunca saca a nadie de sí mismo”3. El goce del Uno vuelve solitarios a los amantes en su exilio, su carácter autoerótico opera como un “rasgón en el lazo”4. La erótica, aparato del deseo y por lo tanto singular, no cura la ausencia de la relación sexual.
La captura del ser humano en el lenguaje hace objeción a la posibilidad de decirlo todo, al pleno decir sobre el goce. Se trata de una falla irreductible del significante para decir todo, sobre el goce faltan las palabras. Ese agujero estructural evoca la maldición sobre el sexo, un mal-decir del inconsciente con respecto a la sexualidad, el malentendido entre los sexos. En los seres hablantes los sexos no están hechos el uno para el otro, hay goces distintos que no hacen relación, no se trata de dos sexos, sino del Uno y el cuerpo.