«L’amour, mesure parfaite et réinventée, raison merveilleuse et imprévue».
Arthur Rimbaud, Génie, Les Illuminations.

 

Si bien la experiencia de un análisis y su teorización por Sigmund Freud y Jacques Lacan permiten aislar una dimensión imaginaria y simbólica del amor, el término «amor real» no se encuentra ni en la obra del fundador del psicoanálisis ni en la enseñanza de Lacan.

Freud guardó siempre una cierta desconfianza respecto del amor: sea como manifestación de la transferencia, auténtico en sí, pero permitiendo abrir a la puesta en acto de la realidad sexual del Inconsciente; o como fenómeno imaginario que estudia en su «Introducción del Narcisismo»; o en tanto velo de la castración que se relaciona en las mujeres con la angustia que comporta la eventual pérdida del amor.

O aún dando su cimiento a lo que estructura la relación del sujeto religioso al Padre: el amor se deja leer en su obra como el vector de otra cosa a descubrir a través de la interpretación. En ningún caso como un sentimiento que pudiera aceptarse en el análisis como teniendo una propia autenticidad. Ciertamente porque Freud necesitaba asentar los fundamentos de lo que el descubrimiento del Inconsciente le había revelado: la relación del sujeto a un deseo al que solo la interpretación analítica podría dar acceso. En lo que Lacan llamó «los amores de Freud con la verdad», el amor se presenta siempre en una dimensión mentirosa, engañosa, que se trata de revelar.

Algo diferente acontece con Lacan, especialmente en lo que Jacques-Alain Miller ha llamado la última parte de su enseñanza, donde se puede leer un abordaje del amor bajo distintos ángulos que estudiaremos aquí. Luego de haber explorado los espejismos imaginarios del Yo, donde el amor encuentra su lugar de reaseguro narcisista, Lacan situará al amor en la relación que el Falo guarda con la falta, cuando introduzca el registro simbólico como siendo aquel que permite inscribir la experiencia que Freud fundó en sus coordenadas de lenguaje, única vía que permite operar el «retorno a Freud» para impedir el extravío de la experiencia hacia otras derivas. El amor se sitúa aquí como un intercambio de faltas entre los amantes, como lo pone de relieve la célebre fórmula lacaniana «amar es dar lo que no se tiene a alguien que no lo quiere», o que « no lo es » según las diferentes versiones, donde el Falo como significante de la falta se sitúa como la única mediación posible. Este abordaje del amor se plantea ubicándose más allá del contenido imaginario que pudiera tener. Veremos que esta mediación fálica se borrará o quedará desdibujada a partir de su consideración de un real en el amor, que este viene a recubrir.

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