Entrevista a Leonardo Gorostiza realizada por Julio González y Mónica Marín.

Leonardo Gorostiza es psicoanalista, AME de la EOL y la AMP, Presidente de la AMP (2010-2014). En agosto de 2020 publicó, junto a otros colegas, el libro ¿Somos todos religiosos? en el que se recogen las elaboraciones producidas a partir de un Cartel ampliado en el marco de tres veladas organizadas en la EOL. Libro que cuenta con un apartado dedicado al tema del amor y la Escuela.

El Psicoanálisis: Partiendo de la consideración de la Escuela como sujeto, de su paradoja entre los dispersos descabalados, que Lacan menciona en el Prefacio a la edición inglesa del Seminario 11, y la causa analítica como Ideal que colectiviza, nos preguntamos si el amor tiene una función ahí. ¿Sería la de colectivizar cuando ya no está la creencia en el Uno que unifica?. Entonces ¿De qué amor se trata?

Leonardo Gorostiza: Por supuesto que el amor tiene allí una función. Una función que resulta crucial ya que es lo que permite evitar la pendiente del cinismo. Pero entonces es necesario, tal como ustedes destacan, precisar de qué amor se trata. Lacan lo ha nombrado de diversas maneras en varios momentos de su enseñanza: “la significación de un amor sin límites”, “un amor más digno”, “un amor menos tonto”, y tal vez olvido alguna otra caracterización. Por su parte, Jacques-Alain Miller hace años, precisamente en España, en el País Vasco, habló de “una voluntad de amor”1. En cierto modo, retomando estas perspectivas de Lacan, indicó que se trataría de pasar de la necesidad repetitiva de las condiciones de amor a una apertura a la contingencia, lo cual posibilita la invención de un nuevo amor. Un amor de algún modo anudado, tal como Lacan lo propuso para el deseo del psicoanalista, a lo real de su causa. De allí el término “una voluntad de amor”, como un amor anudado a un deseo decidido. Un amor que se diferencia y se separa de la idea de eternidad. Esta última sería la tontería del amor ligado a la repetición que hace surgir la creencia en el Padre eterno y, por lo tanto, la creencia en el Uno que unifica.

Se trataría entonces en la Escuela de apostar al surgimiento, en cada uno de los dispersos descabalados que ustedes mencionan, de un amor un poco menos tonto. Ese amor que puede advenir cuando se ha descubierto que el amor no surge sino de un encuentro. Un encuentro que, al igual que un decir, es siempre del orden de la contingencia y por lo tanto singular. Lo cual obliga a una precisión.

Me parece que tal vez esto no se corresponde exactamente a la idea de que la causa analítica deviene un Ideal que colectiviza. Me gustaría formularlo más bien así: que la causa de cada uno, aquella a la cual, por algún borde, algún sesgo, y en diversos momentos de sus análisis, ha podido cada uno reintegrar su deseo singular, es lo que vendría a ocupar el lugar vacío del Ideal, tal como Miller lo destaca en su “Teoría de Turín”. Esta es la paradoja de una colectivización que no debería hacer “masa”, ya que la causa analítica estaría sostenida por la cusa singular de cada uno.

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