Lo que hablar quiere decir nos introduce con un golpe certero en el territorio de la enunciación, que probablemente es lo más misterioso y lo más enigmático que se pone en juego en la experiencia analítica, su relieve y sus efectos, en tanto conciernen a la lógica misma de la relación del sujeto con la palabra, que está presente desde el principio hasta el final de la cura.

Lacan y la Lingüística de la enunciación

Cabe destacar, para hacer valer como referencia, que la lingüística se interesa por la cuestión de la enunciación en un momento más bien tardío, fundamentalmente en los desarrollos de la lingüística francesa a partir de Émile Benveniste y de la publicación en 1966 y su segunda edición de 1974 de los Problemas de lingüística general1, principalmente en el apartado que lleva por título El hombre de la lengua y que inauguran el campo del estudio de la enunciación en la lingüística contemporánea, a partir de poner en tensión y contrastando la obra de Ferdinand de Saussure, bajo el argumento que este no tenía en cuenta como objeto de estudio la dimensión del uso de la palabra, es decir, del sujeto de la enunciación como tal. Las teorías lingüísticas toman relevancia en tanto que pretenden formalizar la enunciación situando los dichos y las estructuras gramaticales y sintácticas que permitirían localizarla en una frase, por ejemplo, a partir de los deícticos, los adverbios de enunciación, la exclamación. En definitiva las estructuras amplias de la lengua, permitirían una localización de la enunciación y una universalización de su génesis.

Es preciso subrayar que el interés de Lacan por establecer una lógica de la enunciación precede a las tesis lingüísticas de los años 60. Si bien Lacan no deja de tener en cuenta los postulados de Émile Benveniste y es probablemente a través de él que había tomado conocimiento de la teoría de los actos de palabra (speech acts) de John L. Austin2, y de la filosofía analítica americana, quienes reducen el acto de hablar a un pragmatismo, considerándolo en última instancia como una función performativa, y lo que se desprende de allí implicaría establecer que el sujeto sabe lo que dice, es más, que tendría una relación de dominio sobre lo que dice al hablar. Lejos, sin duda, se inscribe Lacan de cualquier tesis pragmática de la lengua. Y de cualquier proceso evolutivo de la relación del niño con el lenguaje, que tendría como corolario una supuesta madurez o etapa final respecto a la relación del sujeto con la palabra.

Desde muy temprano Lacan muestra que si hay algo que la experiencia analítica verifica es que la enunciación tiene una localización muy precisa para el sujeto que habla, y que se localiza justo allí; en lo no dicho, la enunciación evoca una ausencia. Y en distintos momentos de su enseñanza sostiene siempre a la enunciación bajo el estatuto del enigma, como un imposible del decir, extranjera, en su sentido más puro al enunciado mismo, es más, Lacan llega a afirmar que “Un enigma, como su nombre lo indica, es una enunciación tal que no se encuentra su enunciado”3.

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