Dedico esta conferencia a Angelina Harari que, como presidenta durante
cuatro años, dirigió la vida de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP)
con una mano a veces áspera, a veces suave, pero siempre pertinente.

Me corresponde dar el título de los congresos de la AMP*. El hábito se ha arraigado, se ha convertido en una especie de tradición—¡peligro! No siempre será así. Pero creo que ese momento aún no ha llegado. Así que continúo. El título de nuestro próximo congreso será: Tout le monde est fou (Todo el mundo está/es loco).2

Contexto

Al igual que el título de estas Conversaciones —La femme n’existe pas (La mujer no existe)—, Tout le monde est fou (Todo el mundo es loco) es un aforismo de Lacan. Lo pesqué de un pequeño escrito, compuesto por Lacan a petición mía. En aquel momento, se trataba de defender el Departamento de Psicoanálisis de Vincennes, cuya existencia dentro de la Universidad de París 8 estaba amenazada. Sigue estando amenazada, cada año, por razones coyunturales y también por una razón estructural. Y es que en verdad, como escribió Lacan, “el psicoanálisis no es una cuestión de enseñanza”.

Esto se debe a la oposición, que digo que es estructural, entre el discurso analítico y el discurso universitario, entre el saber siempre supuesto en la práctica del psicoanálisis y el saber expuesto que está en el candelero en el discurso universitario. No voy a desarrollar esta oposición, que es bien conocida por nosotros.

He extraído este aforismo de unas líneas escritas por Lacan en un momento que podría decirse de ultratumba, ya que se sitúa después del Seminario que tituló “El momento de concluir”. Todo lo que Lacan escribió o dijo después de este Seminario goza de un estatuto especial como après-coup al conjunto consumado de su enseñanza —uso esta palabra, que también él usó antes de rechazarla. Esto confiere a estas observaciones fragmentarias un valor testamentario. Todo el mundo es loco, Lacan lo formuló una vez y sólo una vez, en un texto publicado en una revista entonces confidencial, Ornicar? Gracias a que lo pesqué, lo comenté y lo repetí, este aforismo entró en nuestro lenguaje común, el de la AMP, y en lo que podríamos llamar nuestra doxa. Incluso se ha convertido en una especie de eslogan.

En el contexto de la época, se entendía de una manera que favorecía los prejuicios contemporáneos, a saber, la reivindicación democrática de una igualdad fundamental de los ciudadanos que se imponía a la jerarquía tradicional, deconstruyendo la jerarquía que regía la relación entre el cuidador y su paciente. Digo esto sin nostalgia, en la medida en que Lacan se había anticipado a la ideología contemporánea de la igualdad universal de los seres hablantes al subrayar la fraternidad que, según él, debía ligar al terapeuta con su paciente. “Al hombre “liberado” de la sociedad moderna”, decía, hay que acogerlo y, cito, “abrirle de nuevo el camino de su sentido en una discreta fraternidad a cuya medida somos todavía demasiado desiguales”.3

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