“La dictadura del plus-de-goce devasta la naturaleza”1
Jacques-Alain Miller

 

Empezaré mi intervención haciéndome eco de algunas preguntas que el cambio climático suscita a menudo en el ámbito del psicoanálisis. ¿Tiene sentido tratar esta cuestión? ¿Podemos aportar algo al debate colectivo que está teniendo lugar en torno a este problema?

La respuesta viene de la mano de una constatación: el cambio climático ya está aquí, y tiene y tendrá consecuencias en todos los ámbitos de la vida, tanto a nivel individual como colectivo. En la salud de las personas, en la economía, en los conflictos geopolíticos, en el pensamiento y, por supuesto, en la subjetividad de la época. Teniendo en cuenta todo esto, la pregunta quizás sería, ¿cómo no íbamos a interesarnos por esta cuestión que ya está en el centro de la opinión mundial?

Citaré, solo y a modo de ejemplo, una de las muchas voces que hoy se alzan para alertar de la magnitud de este problema. António Guterres, secretario general de Naciones Unidas, afirmaba en la COP26 que “nuestra adicción a los combustibles fósiles está empujando a la humanidad hacia el abismo (…) estamos abocados a la catástrofe climática2.

El cambio climático como síntoma de la civilización

Esta drástica alteración del clima del planeta, producto de una actividad humana cuyas consecuencias eran conocidas desde hace décadas, no puede no ser tomado como un síntoma de la civilización, probablemente el más complejo y peligroso de la historia y que, por tanto, hemos de intentar comprender. Porque, a diferencia de otros eventos, el cambio climático tiene un carácter radicalmente sistémico y sus efectos, que se extienden por el conjunto de la biosfera constituyen una verdadera singularidad en la historia de la civilización.

Para avanzar en esta dirección, voy a citar uno de los textos de Freud que constituyen una referencia obligada cuando tratamos cuestiones que están a caballo entre lo individual y lo colectivo: “El malestar en la cultura”3.

En ese texto, en el que Freud se preguntó qué se opone al bienestar de los hombres en la civilización, enumeró las tres fuentes de sufrimiento que afectan al ser humano: la decadencia del propio cuerpo, las fuerzas destructoras del mundo exterior -a las que se han unido ahora las derivadas del cambio climático- y, por último, las relaciones con otros seres humanos, marcadas por la ambivalencia extrema con la que pueden manifestarse.

Sobre este tercer punto, Freud afirmaba que frente a las fuerzas que garantizan la unión entre los individuos y la cohesión de las sociedades, actuaban otras, de signo contrario, que se manifestaban en la hostilidad y el odio que, de una manera periódica, venían a destruir tanto vidas humanas, como los productos del trabajo y la creatividad de los hombres.

Freud atribuyó estas fuerzas a la acción de lo que denominó pulsión de muerte, y afirmó que la existencia misma de la civilización podía llegar a estar amenazada si su acción no era una y otra vez contrarrestada por las fuerzas que trabajan para la unión y la preservación de la vida. ¿Cómo ignorar que en el cambio climático se manifiesta la acción de la pulsión de muerte, a una escala y con unos efectos desmesurados?

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