Sesión del 12 de julio de 1995

El 14 de junio último concluí diciendo que el secreto del campo visual es la castración. Secreto que le da brillo a las obras que nos esconden y desmienten exactamente a la castración.

¿Quizás el secreto de la estatua griega sea desmentir la castración? También es el secreto de la particular exaltación en el siglo XIX de la civilización griega antigua como una cultura sin malestar. Exaltación que está marcada, según parece, por un innegable toque homosexual. La estatua griega es esta imagen idealizada del cuerpo humano -podemos decir siguiendo a Hegel-, que es utilizada por el artista para expresar, para hacer perceptible materialmente el elemento espiritual de la humanidad (reprimiendo totalmente el elemento físico), incluso para presentarlo bajo una forma impecable. Como destaca Hegel, la estatua griega muestra la imagen divina en el colmo de la felicidad, autosuficiente, con una duración tranquila y siempre igual. Y en esta suspensión del tiempo hay una puesta entre paréntesis de la castración inherente al tiempo, inherente a la diferenciación y a la decadencia que introduce el tiempo. Es la imagen de una homeostasis perfecta.

Por eso mismo, si bien esta imagen provocó fascinación cuando se impuso, sin embargo comenzó a instalarse el malestar en la civilización (es por ello que ubico en el siglo XIX esta exaltación de la civilización griega antigua), precisamente porque, en el fondo, nos quedan de ella imágenes de un cuerpo sin goce, un cuerpo que no está trabajado por el goce.

Para volver a darles un poco de presencia para nosotros a esas imágenes exaltadas que aún hoy continúan siendo la referencia de la perfección del cuerpo humano, pensemos en lo que esta imagen griega excluye absolutamente, y que yo designaría por la representación de la mueca. Hay formas de arte que, por el contrario, han exaltado la mueca. Y los griegos, que no ignoraban la mueca, la rechazaron relegándola a la escena del teatro cómico. Pensemos en la ostentación que nos presenta el arte de un Jerónimo Bosch así como el expresionismo, en el trabajo artístico de la mueca. Lacan trata en alguna parte de «Televisión» acerca de «la mueca de lo real».

Es, en el fondo, lo que está excluido de las estatuas griegas antiguas, donde asimismo existe, por el contrario, una suerte de penetración integral de lo imaginario por lo simbólico, pero también una dominación de lo simbólico por la armonía imaginaria, y sin resto. Es esto lo que exalta y es esto lo que da el sentimiento de una espiritualización de la materia.

Es bastante divertido pensar, en el orden de la mueca, que esas estatuas perfectas -no podemos evitar pensarlo- han pagado muy caro la desmentida de la castración que encarnan, esto es que nos llegaron especialmente mutiladas. Es como una venganza ejercida por el tiempo contra esas imágenes de la plenitud. Y en cierto modo nos ocupamos especialmente de extraer un tributo de castración de esas imágenes. Podemos decir: «¡Es culpa de los turcos!». Pero no han sido más que los mensajeros de esta venganza que evoco aquí.

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