Informe del Comité de acción de la Escuela Una. Ligia Gorini, Alejandra Loray, Cyrus Saint, Amand Poliakoff, Massimo Termini Animador: Laurent Dupont.

La “Carta a las mujeres” de Juan Pablo II, un antes y un después

Esta carta2 inscribe una ruptura y una reorientación de los fundamentos del dogma católico con respecto a las mujeres.

Instauración del dogma: del Génesis al Nuevo Testamento

Desde el Concilio de Trento3 la Iglesia católica ha fundado su doctrina en una doble idea de la mujer: el Génesis y la Virgen María. Esto ha influido en toda la representación de la diferencia entre los sexos en Occidente.

En el Génesis [2:19-20] una vez que Adán puso nombres a todos los animales diferenciándolos y agrupándolos en categorías, está escrito: “[…] pero para el hombre no encontró ninguna ayuda que fuera comparable”. Si el hombre está solo, no hay nombre a encontrar para nombrarlo, nadie enfrente. En el Génesis [2:18] El Eterno Dios dijo: “No es bueno que el hombre esté solo, le haré una ayuda parecido a él”. Parecido a él, pero diferente, es el punto que permite el dos: hombre y mujer en el mismo tiempo, la interpretación de “una ayuda” pesará sobre lo que debe ser el lugar de la mujer. El Génesis [2:25] estipula: “llegarán a ser una sola carne”. “Una sola carne” hace valer al niño.

El pecado original atribuye la responsabilidad de la caída4 del paraíso a la mujer, con todos los estereotipos que recaerán sobre ella, duplicidad, engaño5

El Hermano Jean Thomas de Beauregard sostiene que el “Sí” de María al ángel Gabriel reinstala la elección de una mujer libre “pues, finalmente, si [Dios] hubiera querido forzar el resultado y asegurarse una respuesta positiva, podría haber elegido una aparición más espectacular […] Pero ¿cuál habría sido entonces la libertad de María? […] Es, entonces, muy libremente que María puede dar su ‘Sí’”6.

Esta interpretación del “Sí” es muy contemporánea de un cuestionamiento sobre el consentimiento, es el libre pasaje de la mujer a la madre en la sumisión iluminada a Dios. El cuerpo de María permite esta transmutación por la pureza de su virginidad. Es a Dios a quien sirve María, no a José. Es este punto, entre otros, el que utilizarán las feministas católicas para argumentar su posición.

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