Introducción

Se va imponiendo el sintagma «pluralidad trans» para recoger la diversidad y complejidad de la transexualidad contemporánea. Una de las primeras ocasiones en que se emplea esta expresión es la nota de prensa internacional de la presentación en el marco del Festival de Cannes de 2015 de un spot de la marca de helados Magnum que visibiliza la diversidad de género, y que como afirmaba Sophie Galvani, vicepresidenta de la empresa:

«(…) celebra las formas en las que las personas abrazan su propio placer, su vida de una manera particularmente valiente, en un esfuerzo para inspirar y alentar a todas las personas a ser fieles a sí mismas»1.

Después, la expresión se ha hecho habitual ya en artículos científicos, en el propio discurso trans, etc.

Como premisa de esta intervención, me gustaría remarcar que la responsabilidad del psicoanálisis es definitiva en la constitución general de la sexualidad en la época contemporánea. El psicoanálisis no es ajeno, sino todo lo contrario, a lo que se dio en llamar en el siglo XX «la revolución sexual», con todas sus implicaciones, cortocircuitos, nostalgias, etc. Las diferentes presentaciones y expresiones de este movimiento no son indiferentes al psicoanálisis, bien por acción o reacción, o ambas cosas. El propio Freud afirma, en la respuesta a la carta2 que le remite una madre norteamericana consultando sobre un posible tratamiento para su hijo homosexual, que el psicoanálisis puede hacer, por el neurótico, algo diferente a los intentos de alterar, remodelar, las elecciones sexuales, que dependen de las particularidades de cada caso. Reconociendo que la homosexualidad no podía ser considerada en su época ninguna ventaja, escribe que, sin embargo, no es nada para avergonzarse, no es ningún vicio, ninguna degradación, y no puede ser clasificado como una enfermedad. Afirma que debe ser considerada más bien una variación de la función sexual. Añade, no obstante, que, frente a la desdicha, la inhibición social, y el sentimiento de estar desgarrado por los conflictos, presentes en muchos seres humanos, fruto del empeño de adaptarse forzadamente a patrones de civilización demasiado elevados, el psicoanálisis puede traerle armonía, tranquilidad mental y completa eficiencia, ya sea que siga siendo homosexual o cambie. ¡Más moderno imposible!, sobre todo teniendo en cuenta la tardía despatologización de la homosexualidad entre los supuestos expertos en conducta sexual en la segunda mitad del siglo XX. Pero tampoco podemos olvidar otra clave como es la distinción freudiana entre el polo de la identificación y lo que se puede considerar el modo de gozar que vincula el ser del sujeto a la raíz de su existencia. Tradicionalmente, las referencias edípicas organizaban los goces en torno a un número delimitado de identificaciones y elecciones de objeto, más o menos normalizadas. Hoy en día las cosas han cambiado, lo que no debe hacernos olvidar que las identificaciones son respuestas subjetivas, sintomáticas al gran enredo que define la naturaleza humana entre palabra y cuerpo. El psicoanálisis nos enseña que las identificaciones no son un punto de llegada, sino más bien de partida, pero también que las identificaciones atrapan, que no se borran de un plumazo.

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