Un principio de la interpretación analítica en la orientación lacaniana es el de su escasez. Lacan se separó tempranamente del hábito kleiniano de la interpretación continua. Este rasgo de la orientación lacaniana motivó el título de un número de la revista La Cause freudienne de 1996: Vous ne dites rien»2.

¿Qué hay de la interpretación hoy en el mundo? Si bien interpretar es una práctica arriesgada frente a un sujeto que se interpreta a sí mismo, cuestionar al intérprete, incluso castigarlo, no supone que la interpretación se esfume: todo lo inunda a través de las redes sociales con su rumor ensordecedor.

En este fin de semana en el que se desarrolla nuestra jornada, se está desarrollando en el mundo una batalla por el control de importantes medios globales de la interpretación, en torno a la compra de Twitter por parte de Elon Musk y las reformas que quiere introducir en esta red social, suscitando ya la oposición de algunos anunciantes de primer orden. Se trata del control de lo que se puede decir y lo que no, en medio de una guerra de discurso en la que, hasta ahora, el discurso woke ha encontrado allí una plataforma privilegiada.

En este contexto de interpretación salvaje generalizada, ¿qué hay de lo que Lacan quiso para su Escuela, refugio y puesto de operaciones contra el malestar en la cultura? Dadas las transformaciones en las formas contemporáneas del discurso del amo, este es un reto ante el que nos cuesta estar a la altura.

Lacan no pensó que la institución analítica eluda la reproducción de los mecanismos inherentes a los grupos humanos. Hasta la consideraba, por el poder de la transferencia, capaz de llevarlos a un extremo y generar sus propias enfermedades. Derivadas estas últimas de la peculiaridad de un grupo constituido en torno a la experiencia analítica, la de cada uno, pero inserta en un contexto colectivo más allá de la relación con el analista.

La Escuela está destinada a tratar los efectos invasivos a nivel grupal de la suposición de saber, motor de la experiencia analítica, y con tal fin encarna un destino para la transferencia más allá del final de la cura. En este sentido, no basta con considerar la persistencia de la identificación del analista con el Sujeto supuesto Saber o la identificación con el analista. Es necesario considerar lo que Miller llamó «la clínica del analizado»3. Con respecto a la cual decía que la invención lacaniana del procedimiento del pase es un intento de saber lo que ahí ocurre. Más adelante, añade que en el pase se recuerda que «el grupo forma parte del contexto de la experiencia»4.

El pase, pues, estaría destinado a reintroducir lo analizante en el analizado, abriendo una tensión estructural allí donde bien podría cerrarse. Esto se plantea a nivel de los problemas que suscita de por sí el final de una cura a nivel individual, pero se extiende a sus efectos en el grupo analítico.

¿En qué sentido el AE interpretaría la Escuela? El pase contrarresta una dimensión interpretativa latente y que permanece intratada en todo grupo analítico sin su dispositivo: la vinculada con saber lo que sería El analista. Que El analista existe, y que hay quien sabe qué es – y, por supuesto, quien no lo es –, es algo que no por estar excluido de nuestra doctrina está menos latente en nuestros fantasmas y siempre pronto a cobrar vida. La exposición, uno por uno, de excepciones que demuestran la inexistencia de ese universal (me refiero a los AE) permite verificar que la producción de un analista es algo para lo que no hay algoritmo, sino que ocurre y sobre lo que nada se sabe a priori.

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