Todo el mundo está en su mundo, pero hay mundos y mundos. Weber profetizó que la racionalización del mundo capitalista lo convertiría en una jaula de hierro1. Lacan toma apoyo en esta idea, en primer lugar en un comentario temprano sobre un cuerpo de hierro. En su escrito Acerca de la causalidad psíquica, a propósito de su dicho «no se vuelve loco el que quiere», afirma que «puede ser que un cuerpo de hierro, poderosas identificaciones y las complacencias del destino, inscritas en los astros, conduzcan con mayor seguridad a esa seducción del ser»2. Años más tarde habla de «un orden que es de hierro»3 que vendría como suplencia al declive del Nombre del Padre (NP), no tanto en la pérdida de eficacia de los significantes amos que lo constituían, sino en el hecho de que en esta nueva versión del Otro roto4 se produce una forclusión generalizada, con lo que eso implica en términos de castración y de amor. La ligazón freudiana de amor e identificación le sirve a Lacan para vincular este declive del NP al eclipse del amor, transmutado en el capitalismo emocional de Eva Illouz5 en una mercancía más.

Hoy, constatamos la sustitución de este NP por otra función: la del «nombrar para»6, donde Lacan ubica una pérdida en la dimensión del amor. La nominación propia del NP, «ser nombrado», no prescribe ningún destino fijo mientras que el «ser nombrado para» dice lo que uno debe ser para el Otro. A este efecto Lacan lo llamará «un orden de hierro» y le otorga el signo de una «degeneración catastrófica». Podemos leer esta degeneración en la propia degradación de las clasificaciones psicopatológicas actuales y en una clínica mutista, ajena al sufrimiento del ser hablante. Los cuerpos de los sujetos serían pensados como cuerpos de hierro homogéneos y sin relieve, armados de esas poderosas identificaciones, hoy a la carta y procedentes de un amplio abanico de nuevos significantes amo prêt-à-porter.

Nuevos ritos de bautismo

A mediados de los 60, el norteamericano Ervin Goffman definió el estigma como la marca que indica pertenencia a un grupo social menospreciado, proceso al que bautizó como estigmatización. Ya los griegos lo utilizaban en forma de tatuaje o marca en el cuerpo para señalar –bien como pena infamante o como signo de esclavitud– a las personas que habían cometido algún crimen o delito. Implica, por tanto, un atributo profundamente desacreditador. Cuando Goffman teorizó sobre el estigma, Bauman todavía no había hablado del mundo líquido y Lacan todavía no había dicho con tanta claridad como lo hizo una década después que «Todo el mundo es loco». Es decir, que el estigma nació -como constructo social ligado a la enfermedad mental- en una época en que las identidades eran sólidas y la diferencia normal-patológico parecía clarividente. Como recuerda Lacan en el seminario 19: «Si la noción de normal no hubiera adquirido tal extensión tras los accidentes de la historia, el análisis nunca habría visto la luz del día. (…) No hay rastro de la palabra estándar en ninguna parte del discurso antiguo. (…) De todos modos debemos partir de ahí para ver que el discurso del análisis no apareció por casualidad. Tuvimos que estar en el último estado de extrema emergencia para que saliera»7.

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