El movimiento woke nació en las universidades americanas. Se enraíza en el postmodernismo de los años setenta y se inspira en los trabajos de Michel Foucault y de la evolución de las ciencias sociales en favor del constructivismo, es decir, la idea que lo que aparece como un universal es en realidad una construcción social. Los studies –nuevos campos interdisciplinarios– que florecen en los campus a fines de los años ochenta, van a promover desde entonces una investigación orientada por conceptos nuevos: el género, la identidad, la etnicidad.

Se llama wokismo al militantismo heredado de esta evolución intelectual. Indudablemente presente desde comienzos del siglo XXI, ha ganado extensión gracias al movimiento Black Lives Matter y la muerte de George Floyd en mayo 20202. Luego, atravesó las fronteras y encontró adeptos en la mayoría de las democracias occidentales. Sin embargo, no se trata de confundir el wokismo con un resurgimiento del movimiento por los derechos civiles de los años sesenta. No se lo podría reducir a un combate que lucha por más justicia social. Sin embargo, eso es lo que dice frecuentemente el militante woke para responder a sus detractores. Y, en la medida en que se acostumbra a asociar el eslogan stay woke con el discurso de Martin Luther King en 1965 en el Oberlin College –donde exhortaba a los estudiantes a “permanecer despiertos y continuar luchando para garantizar a los negros los mismos derechos que a los blancos”–, sería fácil confundirse. Si el militante woke se considera bien «despierto» ante las discriminaciones que perduran en nuestras sociedades modernas, no es para nada un universalista a la MLK, quien invitaba a sus conciudadanos (blancos) a no juzgar a sus hijos por su color de piel sino por el valor de su carácter. Por una parte, el militante woke se adhiere a las tesis de la “teoría crítica de la raza” y declara que la ceguera a la raza (coulourblindness) es un lujo que testimonia del privilegio blanco porque solo los blancos pueden vivir como si la raza no existiera. Con este espíritu, el Proyecto 1.619 iniciado por el New York Times Magazine en agosto de 2019, pretende conmemorar “el cuatrocientos aniversario de los comienzos de la esclavitud americana” y enmarcar “la historia nacional remplazando las consecuencias de la esclavitud y los aportes de americanos negros en el centro mismo del relato nacional”. En el mismo sentido –y porque ser woke supone ser consciente de más de una forma de discriminación–, el militante woke defenderá la idea que la diferencia de los sexos es una pura construcción social al servicio de un heteropatriarcado que oprime a las personas LGBT+.

En sentido amplio, el wokismo pone el acento en la raza, la identidad sexual y el cambio climático. Por eso, su influencia es real y se experimenta a diario. Rediseña las fronteras del espacio público, retira de nuestras ciudades toda forma de arte supuestamente “ofensiva”, incita a nuestros empleados a formarse en una mayor diversidad e inclusión, persigue a sus oponentes en los medios y en el seno del mundo editorial, pone en circulación un nuevo lenguaje al mismo tiempo que amenaza la libertad académica y la libertad de expresión.

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