Por razones familiares desde los 5 años empecé a vivir entre dos provincias, cuando me gradué estudié en otros países y, rápidamente, la formación comenzó a llevarme de un continente a otro. Más adelante inicié un análisis en un sitio diferente que aquel donde desarrollaba mi práctica clínica, pero al tiempo terminé teniendo dos consultorios y trabajando en dos universidades de ciudades distintas.

Así, innumerables veces recibí la misma pregunta: «…pero, tú ¿dónde vives?», o como se dice en Argentina: «¿de dónde sos?». Al principio me esforzaba en explicar, hasta que empecé a responder: «vivo en la AMP».

¿Cuál es el mundo de un psicoanalista?

Miller plantea: «Un psicoanalista reside en el psicoanálisis, está contenido en él, desde una posición de inmanencia, (…) sumergido en el psicoanálisis como en un líquido»1. Interpreto en este párrafo una idea en la que reconozco algo propio. Sin embargo, no podría decir que mi frase de entonces «vivo en la AMP» remitiera a una inmersión en el psicoanálisis, sino que muchas veces implicaba una fantasía de sustracción histérica: un poco acá, un poco allá, siempre en otro lado. Si bien cuando me presenté al pase había ubicado en la fórmula fantasmática «agarrado del otro» una declinación pulsional que se articulaba al síntoma histérico bajo la forma de «no dejarse agarrar», no fue hasta cinco meses después de haber sido nominado AE que pude subjetivar los restos de esa posición.

Durante las Jornadas «Lo femenino fuera de género», en Buenos Aires, me escuché repetir varias veces que mi caso había estado atravesado por un sentimiento de «estar fuera de…». Esa insistencia fue destacada también en el comentario que hizo Eric Laurent del testimonio provocando mi curiosidad y orientando mi siguiente texto.

Cuatro meses después, en la «Cita con el Pase» en París, pude formalizar con precisión ese resto de sustracción histérica que aún estaba presente en mi caso.

Escribir aquel nuevo testimonio me llevó varias semanas, actos fallidos y angustia; no fue sin un costo subjetivo. La noche que di por terminada la escritura soñé que me extraía un objeto incrustado en el costado de mi nariz, lo miraba y, verificando que no tenía importancia, lo tiraba a la basura.

Puesto que el inconsciente no se reduce a cero, gracias a la Escuela el AE encuentra en la transferencia «al trabajo» una manera de mantenerse en posición analizante. Al respecto, Miller plantea: «Es un verdadero pasante sólo aquel que dirige su transferencia a su trabajo (…) aquel que espera de su propio trabajo el esclarecimiento que piensa que le está faltando, a él y a los otros.» Y concluye «La transferencia de trabajo es una transferencia al trabajo»2.

En cada intervención el AE se exige un poco más de elaboración para ponerse al servicio de la Escuela. Sin dudas que ese esfuerzo de formalización, de extraer algo nuevo de la experiencia, tiene un costo, pero ese costo es a favor del deseo del analista.

«No hay analista si ese deseo no le adviene»3, dice Lacan

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