El traumatismo fascina1, porque nos concierne a todos, expuestos al azar de los encuentros con lo real. Ejerce una atracción irresistible, por la contingencia que hace que, en la efracción traumática, se trata de un encuentro con la muerte, la propia o la de otro. Es del orden de un relámpago en su versión que llamé, atravesamiento salvaje del fantasma2. Lo distinguimos de la desestabilización de ese mismo fantasma, en un encuentro con un real que hace aparecer en el sujeto una sintomatología más marcada por el surgimiento de un goce ahí donde no se esperaba. Es lo que le ocurre al Hombre de las Ratas, después del relato del Capitán cruel que le revela un “horror ante su placer [goce] ignorado por él mismo”3.

Otro abordaje que tomar en consideración sería la de que todo parlêtre se define por estar traumatizado por su encuentro con lalengua4. He aquí la posición de Lacan: “El hombre nace malentendido”5. Es su traumatismo. Esta concepción del trauma es el centro de la práctica cotidiana de todo analista, su base misma.

He aquí, para nosotros, psicoanalistas, una primera aproximación en tres gradaciones, cuyo punto común a todos los parlêtres, recordaremos, es el trauma. La unicidad se hace alrededor del vacío que Lacan ubica en el corazón del sujeto6. Si el fantasma, $<>a, es lo que lo mantiene recubierto, un encuentro traumático puede hacer agujero, troumatismo7.

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