Los sujetos autistas se encuentran inmersos en un entorno organizado por el lenguaje. Su posición es de no consentimiento a la lógica del lenguaje cuyo funcionamiento está basado en la diferencia y en los opuestos; no aceptan el malentendido y los equívocos que van unidos a la interlocución. Están más bien del lado de lo unívoco, de lo que siempre es igual y la inmutabilidad. Su posición tiene una radicalidad que cuestiona que se haya producido para ellos la constitución misma del Otro.

Para entrar en el lenguaje es necesario una extracción primera correlativa a que se produzca un vaciamiento de goce. Sin él, la instalación del lenguaje como modo de tratamiento sintomático del goce no tiene lugar, y encontramos en la clínica sujetos habitados por un exceso de goce, sin una idea del propio cuerpo y una vivencia del entorno caótica y perturbadora. Tienen una relación con el goce sin mediación ni límites, sin Otro y a menudo sin objetos. Su respuesta suele ser de cierre, la constitución de lo que se ha llamado el cuerpo-caparazón o, en términos de E. Laurent, un neo-borde autístico. Y es “en ese lugar donde se encuentra situado el sujeto, un lugar de defensa masiva, de pura presencia (…) un cuerpo cuyos agujeros están todos ellos cegados”13.

Conseguir considerarse un “ser vivo” aunque no un ser-hablante (parlêtre), sentirse un ser humano, no es posible sin la participación del Otro de la lengua que hiere de alguna manera al ser del viviente, que evacúa algo de goce del cuerpo vivo.

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