Trauma y verdad

En la historia del psicoanálisis, y empezando por la de su descubrimiento, el concepto de trauma ha estado inseparablemente vinculado a la noción de verdad. Esa conexión ha sido tan íntima que Freud sufrió un serio revés al comprobar que la alianza entre trauma y verdad no era enteramente confiable. En las páginas de su correspondencia con Fliess es posible advertir el impacto “traumático” que experimentó al darse cuenta de que en cierto modo se había dejado engañar por sus neuróticos. Pese a su buena fe, el sujeto “habla al costado de la verdad”, como lo dice Lacan de un modo simple pero muy expresivo5. No obstante, y como sucede a veces en la historia de los descubrimientos, un error dio lugar a un avance inesperado. La teoría del fantasma y su función en la vida psíquica es el resultado del fracaso de la teoría del trauma como causa de la neurosis. A ciencia cierta, ese cambio trascendental para el psicoanálisis tuvo mayores consecuencias para la verdad que para el trauma. Por una parte, Freud no abandonó jamás su interés por el trauma, ni por su papel en la causalidad del síntoma, ni por su incidencia decisiva en el plano histórico. En su obra póstuma Moisés y el monoteísmo persevera en el seguimiento de los rastros del trauma del parricidio, y lo asocia a la idea de la verdad histórica, la verdad que no se sustenta en los hechos sino en la lógica del fantasma.

La noción de trauma histórico es insoslayable. La esclavitud y su marca traumática en la sociedad estadounidense es un ejemplo claro de un real que ha producido una fractura del lazo social, una marca que no cesa de no escribirse, y en cuyo lugar se fabrica todo el tiempo un relato de amor y de odio que no cesa de escribirse, sin por ello poner fin al incesante retorno de ese real.

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