En el año 1975 Jacques Lacan hizo una gira de Conferencias en las Universidades Americanas. En uno de los coloquios alguien le pregunto cuándo daba por valido que uno de sus pacientes finalizase el análisis a lo que dio una respuesta muy sencilla: “trato de no empujar demasiado lejos un psicoanálisis” de manera que “cuando el analizante piensa que le es dichoso vivir, es suficiente”. El significante “dichoso” resulta especialmente acertado por contener en su raíz etimológica el “decir”. Declararse “dichoso de vivir” no es lo mismo que alcanzar la felicidad, siempre episódica, sino saber arreglárselas con la condición estructural de estar atravesado por las palabras lo que supone conciliar el decir con el amor a la vida. Sin duda, una buena salida del análisis.

Vamos a ocuparnos de aquellos que habiendo perdido la dicha de vivir no vuelven a hallarla, quedando sumergidos en una tristeza permanente. Pasaremos por alto los estados de tristeza transitorios que todos experimentamos con mayor o menor frecuencia para colocar el foco sobre la tristeza convertida en una verdadera pasión, incluso en un vicio imperdonable, según algunos pensadores que, a lo largo de la historia, la han considerado como el mayor de los pecados.

Debes acceder para ver el resto del contenido. Por favor . ¿Aún no eres miembro? Únete a nosotros