Hacia PIPOL 10
Elegí el título de esta intervención siguiendo las líneas del argumento del próximo congreso PIPOL24, evento en el que cada encuentro trata algunas de las cuestiones de actualidad que surgen desde las diversas maneras de abordar los síntomas, tanto en las consultas como en los servicios de atención a los que asisten los profesionales que allí se desempeñan en diversas disciplinas. Lo que de cada uno de esos encuentros quedará es la convocatoria a pensar cuál es la estrategia que los psicoanalistas nos damos para operar con nuestras herramientas sobre la realidad que ese argumento describe, plantea, cuestiona.
Con este neologismo, parentalidad, se intenta nombrar un fenómeno, es decir, algo que irrumpe como real, que pide interpretación, regulación y, si cabe, tratamiento: se trata de las formas que ha adquirido la filiación en nuestra época, la forma en que los seres humanos, es decir, hablantes, se encuentran o no para engendrar lo que será su descendencia, que podrá o no representar un ideal, o bien, operar como objeto de satisfacción. Si acompaño con este “o no” cada acción o estado es porque hay una multiplicidad en el abanico de posibilidades que la tecnología ha abierto, así como sus consecuencias para cada usuario, que se ofrecen como respuesta a la pregunta que da título a este Congreso: “¿Querer un hijo?”25
Ese residuo, la familia26
Parentalidad viene al lugar de “familia” porque este último término aún crea confusión sobre su propia estructura, es decir, un conjunto con lugares fijos ocupados por sujetos que pueden o no ser distintos: ¿Quién ha estado en el lugar del padre en este caso? Es la pregunta que solemos hacernos con frecuencia ante lo que se presenta como un nuevo caso clínico. La parentalidad permite entonces no distinguir funciones con el fin de nombrar así la equivalencia de lugares, de sexos y responsabilidades. Marie-Hélène Brousse desarrolla las consecuencias del uso de este término, parentalidad, como forma de borramiento de la diferencia en las funciones padre, para la nominación, y madre, para los cuidados; pero, a la vez, como manifestación de la mutación en el orden familiar anunciada por Lacan en los ’70, mutación que privilegia la “mismidad”, los mismos con los mismos, pretendida uniformidad que tiene su contracara en la segregación de lo diferente27.