El espíritu de los tiempos

La epidemia de Covid que causa estragos en la actualidad, limita drásticamente el contacto entre los cuerpos, no solamente de manera directa sino también indirecta. Eso tiene lugar, sin que ni siquiera nos demos cuenta, mediante esas famosas gotitas invisibles, objetos separados del cuerpo y que, sin embargo, se han convertido en el enemigo público número uno.

La epidemia, de la que es preciso protegerse por una ausencia de contacto, nos ha recordado, súbitamente, del peligro potencial del que otro cuerpo podría ser portador llevándonos así, de modo brutal, a la etimología de los términos contacto y contagio 5. De ahí esa idea de que, reduciendo los contactos al mínimo, el contagio debería cesar. Los diversos confinamientos a los que algunos países se han sometido han dado sus frutos: el número de contagios disminuye en ausencia del contacto entre los cuerpos. Cuando se suspenden los confinamientos, otras medidas toman el relevo: mascarillas, distancia social, lavado de manos y ventilación de lugares compartidos contribuyen a reducir o limitar los efectos de esos contactos potencialmente peligrosos.

Ahora bien, se descubre que el período de confinamiento ha engendrado algunas tensiones perceptibles, a nivel social y político, entre otros. Lejos de limitar la agresividad y el odio, la detención y/o la limitación de los contactos más bien parece hacerlos estallar. El último libro de Bernard-Henri Lévy, Ese virus que nos vuelve locos, evoca cierto número de situaciones donde el odio del Otro se hizo sentir desde el inicio de la epidemia: marginación de los más débiles y de los más ancianos, repliegues identitarios, tesis sobre complots, invocación de la Divina Providencia y designación de culpables, y ahí me detengo. Hay que añadir otro nivel, la exacerbación de una violencia ligada al odio en esferas conyugales y familiares o en las redes sociales. En tiempos normales ya estábamos, tristemente, acostumbrados a esto pero una cierta intensificación parece haberse producido desde que el virus golpea. Hemos visto cristalizarse la cosa a la salida del primer confinamiento y alcanzar en Estados Unidos una importancia considerable con la muerte de Georges Floyd. Las reacciones que han venido después respondían al insoportable peso del odio, no siempre exentas de él. El destino de Jacob Blake reavivó su recuerdo algunas semanas más tarde.

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