La afirmación de Lacan “no se conoce amor sin odio”24 constituye uno de los fundamentos de su proposición del término hainamoration, neologismo que rectifica el término ambivalencia utilizado tanto por Freud como por los post-freudianos. Con su habitual radicalismo, Lacan calificó a la expresión ambivalencia de bastarda25. ¿Por qué bastarda? Porque oculta el goce, el odio radical, el mal en el corazón del ser humano, que en cambio el término propuesto por Lacan revela al poner por delante, incluso literalmente, el odio.

En esas mismas páginas Lacan se mostró comprensivo con la dificultad de Freud para hablar más claramente del odio presente en cualquier amor, “Fue de su parte testimonio de buena voluntad”26. Lo que no oculta no obstante una crítica, que constituye cuanto menos una exageración retórica, ya que Freud también consideró al odio, primero en la constitución del ser hablante. “El odio es, como relación con el objeto, más antiguo que el amor; brota de la repulsa primordial que el yo narcisista opone en el comienzo al mundo exterior que prodiga estímulos”27. La suposición de la maldad del Otro es el estado nativo del sujeto.

A partir de la alienación de un Ich primitivo hipotético en el Lust en tanto objeto de placer, surge la diferenciación del Lust-Ich. Pero, a su vez, este Lust-Ich purificado se encuentra cercenado, socavado por el Unlust, el objeto hostil, fundamento del no-yo, que resta inasimilable al principio del placer. El propio Lust-Ich aloja en su corazón al objeto como fremde, en una relación de extimidad, de interior excluido, de un primer exterior que está presente en el interior.

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