Abanico de soledades

Son infinitas las modalidades en que la soledad puede ser vivida por un ser humano. Por un lado, habría que distinguir entre la soledad en sí misma y el sentimiento de soledad. Se puede estar en una situación objetiva de falta de compañía externa y no sentirse solo y viceversa se puede tener una intensa sensación de soledad, incluso cuando se está rodeado de amigos, de familia, o, cómo no, cuando se está en pareja. Además, la soledad se vive de muy distintas maneras según las edades, la infancia, la adolescencia, y ¡qué decir de la soledad de la vejez! Por otro lado, la soledad se ve agravada en esta era del discurso capitalista en la que la descomposición de la familia tradicional, la ausencia de trabajo en la propia ciudad, y un largo etcétera de factores, ha tenido como efecto que el mundo se haya convertido en “un mundo líquido” en el que los vínculos entre los seres humanos son cada vez más frágiles e inestables. Al mismo tiempo, en esta sociedad global todos estamos hiperconectados, pero cada vez más solos. Pero más allá de estas variantes, hay una soledad estructural. Tal como afirma Lacan, es la no inscripción de la relación sexual lo que aboca al ser hablante a un punto de soledad irremediable.

La soledad buscada

En este abanico de soledades, la soledad, por variadas que sean sus formas, tiene siempre una connotación sufriente, angustiante, insoportable. No obstante, hay otra dimensión de la soledad que no es la soledad estructural, ni tampoco la soledad impuesta, sino la soledad buscada. Dentro de este abanico he decidido tomar únicamente esta dimensión de la soledad buscada pues guarda una íntima conexión con la creación poética. Me voy a centrar en un solo autor e incluso en un solo poema La oda a la vida solitaria de Fray Luis de León quien, junto con los grandes místicos que fueron Santa Teresa y San Juan de la Cruz, se adentró en la escondida senda de la soledad buscada.

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