Clotilde Leguil

Se dice que estamos en la época de la posverdad.* Lo que llamamos la posverdad puede ser considerado como la versión globalizada y digital del relativismo y del escepticismo poniendo en duda la posibilidad misma de encontrar una verdad. Salvo que la expresión posverdad, introduce una referencia temporal. En este sentido, la era de la posverdad (Post-Truth Era, según la expresión de Ralph Keyes en 2004) quiere decir en primer lugar que la era de la verdad está detrás de nosotros. Quiere decir también que es “el después”, no es un “más allá” o un “más acá” de la verdad, sino una devaluación de la verdad. Cuestionada por las nuevas modalidades de lazo social, la referencia a la verdad ya no sienta autoridad. Así, en la era de la posverdad, la verdad no sólo se neutraliza, sino que es también algo sobre lo que se puede escupir.

En efecto, todas las verdades valdrían por igual y las fake news permitirían influir en la opinión de manera mucho más eficaz que la supuesta verdad, verdad jurídica, verdad histórica, verdad científica. La relación con la verdad estaría basada en una relación con el Otro y en un saber que habría volado en pedazos con la globalización y las nuevas formas de lazo social. Matthew d’Ancona, editorialista de The Guardian, subraya “la creciente relevancia de esta noción”, a partir del ascenso “de las falsas ciencias”,[1] que excluyen el requisito de verdad y atestiguan de la desaparición de la confianza en las instituciones y en los medios. Desaparición también, podríamos añadir, de la confianza en el Otro, de la confianza en toda figura que encarnaría un saber. Desaparición que cede el lugar a otro régimen de relación con el saber: el de la “dictadura de la transparencia”,[2] tal como lo ha nombrado Mazarine Pingeot; el de la “tiranía de la especialización”[3] como lo ha nombrado el historiador Christophe Prochasson. La era de la posverdad existe como resultado de una crisis de la creencia en la palabra del Otro, de una crisis de la creencia en la existencia de un sujeto supuesto saber. Porque el experto no es un sujeto y la transparencia suprime, también ella misma, al sujeto. Así, esta crisis no concierne sólo al Otro sino también al sujeto mismo. La era de la posverdad es también la era de la abolición del sujeto y el reino de una comunicación de masas que hace de la palabra singular algo cada vez más precario. Porque cuando todo debe ser dicho y mostrado, no hay ya ni verdad ni sujeto. Hay incluso, como lo escribe Philippe Lançon en Le Lambeau, “una abyección del pensamiento cuando este cree (creía) poder dar, de inmediato, un sentido al acontecimiento al que está (estaba) sometido”.[4] Ahí donde un océano de comentarios viene a recubrir el acontecimiento, la palabra, la escritura, no pueden ya decir lo real.

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