Montserrat Puig

Agradezco la invitación a participar en esta plenaria sobre las “clínicas del deseo” por haberme puesto al trabajo sobre una modalidad de relación con el deseo, con lo que se desea, para ser más precisa, en algunos sujetos contemporáneos.

¿Dónde encontrar la certeza del deseo? ¿Cómo estar seguros de que deseamos lo que deseamos?

Lo sabemos, no hay certeza del lado del deseo. La certeza está del lado del goce y de su fórmula en el fantasma.

Sin embargo, esta pregunta está presente y modulada de distintas formas en los sujetos que se dirigen a un analista y es una de las formas de la búsqueda de la completud de la falta en ser.

Un hombre que desde niño había deseado “tener hijos” se había encontrando hasta la “madurez” evitando, relación tras relación, satisfacer este deseo. El encuentro repetidamente fallido con una serie no corta de mujeres, que no estaba seguro de desear en el momento en que se planteaba la posibilidad de tener hijos con ellas, lo habían mantenido a resguardo de la paternidad. Este hombre se encuentra, en el momento de su paternidad efectiva, teniendo que hacer frente, por un lado, a una serie de afectos respecto a su hija que rozan el rechazo cuando la mira y, por el otro, a tener que verificar la elección de su mujer como madre de sus hijos deseando a otra mujer. El deseo se desplaza de objeto para mantener su estatuto de imposible. Ése es el enigma que lo lleva a análisis: no sabe qué causa su deseo. “Tener hijos”, que lo había guiado desde la adolescencia en el acercamiento a las mujeres, enseña su faz de engaño. ¿Acaso no lo deseaba? La repetición de su paso de mujer en mujer iniciará un trabajo analizante en el que las condiciones de goce irán dibujando el objeto mirada a partir de la mirada “esquiva” del padre y la “mirada atenta” de la madre.

Hay, en la actualidad, nuevas modalidades del deseo de tener hijos. Las técnicas de reproducción asistida han convertido en falso el axioma clásico “Madre cierta, padre incierto”. Y ya no se sostiene en todos los casos el vínculo parto-filiación —la madre es la que pare, se decía—, que se mantenía como último reducto de la certeza de la maternidad. “Yo soy su madre porque lo he parido”, decía una mujer quejándose de su hijo con el énfasis suficiente para dejar traslucir su inquietud. Incluso el sintagma “madre biológica” pone a trabajar a los comités de ética para fijar su significación y los derechos sobre el producto. Hay un deseo generalizado de niño por parte de hombres y mujeres, la orientación sexual ya no es un obstáculo. Por supuesto, a este deseo generalizado le corresponde en igual medida su forma de imperativo, “Puedes-debes tener un hijo”, y la respuesta cada vez más fuerte de su denuncia, la denuncia de este imperativo: “Yo no lo quiero”.

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