Carmen Cuñat
“Decidir el deseo” es una expresión extraña, acostumbramos más bien a hablar del deseo decidido. Aunque ésta puede ser la ocasión de abrir esa formula ya sabida.[1]
Cuando se decide sobre el deseo, ¿se trata de una cuestión de gustos?
Una joven analizante declara que “ha decidido orientar su deseo por lo que le gusta, siguiendo sus gustos”. Es decir, no por lo que le dicen sus padres, tampoco obedeciendo a un deber, ni tampoco por lo que se le impone, a veces, un goce destructivo. Se trata de un deseo que tiene en cuenta sus fantasías, sus sueños diurnos, sus ambiciones. Quiere ser alguien interesante. Con el análisis ha descubierto y lo reconoce, que le gusta hacerse mirar y le gusta ser protagonista. Le gustaría triunfar en la actividad artística que está estudiando y conseguir transmitir su vertiente más melancólica o más excesiva, eso que a veces le sobrepasa. Y puesto que eso es así se ha puesto manos a la obra y, por ahora, lo demuestra en sus actos. Antes, esos actos le llevaban a exigir desmesuradamente la presencia del Otro y, en sus requerimientos, se hacía presente ese goce excesivo que no había manera de tratar. Hubo que decirla que “se cortara un poco” para que cesara de dejarse cicatrices en el cuerpo.
Podríamos decir que esta joven quiere ponerse ahora de acuerdo con su deseo, no decidir una cosa por otra, no quedarse en la contradicción del deseo, como cuando alguien muestra o expresa un deseo pero se advierte en el síntoma un rechazo inconsciente de ese deseo.
Dice que no tiene prisa, quiere también “disfrutar de su juventud”, acaba de dejar a un novio por el que se sentía amada y al que amaba, pero prefiere esperar a que se den las condiciones para poder vivir juntos. Pronto aparece otro que parece también coincidir con sus gustos actuales pero el deseo no le hace decidir por él. Todo esto lo dice no sin mostrar angustia. Al final de la sesión respira hondo.