Gil Caroz

Hay una insondable decisión del sujeto en ser neurótico, es decir en gozar únicamente en el ámbito de lo que está permitido por el Nombre-del-Padre. Por otra parte, Freud aconsejaba al sujeto en análisis no tomar decisiones importantes sobre su vida en el curso de su análisis. Esto fue posible con análisis que no duraron mucho tiempo. Si se trata de abstenerse de decidir durante el análisis, es a su término que una decisión de desear parece ser posible; una decisión de toma de posición con relación al goce. Pero me parece que esta decisión solo puede ser la consecuencia de un cuerpo a cuerpo difícil y fastidioso, cuerpo a cuerpo que Freud llamó la perlaboración.

En el Seminario X, Lacan sitúa el deseo en el lugar de la inhibición. Incluso dirá que la inhibición es el paradigma del deseo. Esta declaración, que puede sorprender a primera vista, se aclara si consideramos que el deseo es lo que evita al sujeto precipitarse en un goce que le llevará, con los ojos bien abiertos, hacia su propia pérdida, tal y como hizo Edipo en Colono caminando hacia su propia muerte. En este sentido, el deseo es una decisión insondable del ser a “no hacer” y eso es lo que le da la apariencia de una inhibición.

Del lado del hombre, o al menos del neurótico obsesivo, hay una tendencia del sujeto a sumergirse con frecuencia en un goce exacerbado del que no puede abstenerse. El obsesivo puede pasar al acto e infringir los límites soñando con ser perversamente gozador. Pero siempre se ve alcanzado por un deseo cuya forma es la inhibición. De esta forma, un hombre puede desear repetidamente mujeres en serie, que tienen todas un rasgo común. De “chicas-falo”, dirá Lacan. Éstas se manifiestan de dos formas. O tienen el rasgo del deseo materno, el falo con el que el sujeto se ha identificado en su infancia, o tienen el rasgo de la constelación edípica, lo que significa que son deseadas porque están con otro hombre que las desea. Con esta repetición, el hombre realiza un goce fálico; un goce cuyo objeto es un fetiche. La serie de mujeres se convierte entonces en una serie de objetos metonímicos, que conllevan un rasgo común. Este goce es tanto más fálico en cuanto constituye un intento de incluir a la mujer en la lógica del “todo”. Esta pertenencia forzada a un grupo, bajo la égida de un “todas iguales”, da a la serie de mujeres un valor de objeto fetiche, y a la vez, esta pertenencia las difama. Es un forzamiento violento ya que las mujeres, por esencia, no responden a la lógica del todo. Lacan dirá del hombre que hace de la mujer un “todo”, que es un infeliz. Es pura lógica, ya que para tal hombre solo hay un goce, un goce masculino, y eso le condena a la soledad. Ahora bien, fundamentalmente, el goce fálico es un goce masturbatorio aunque ocurra en presencia de una mujer. Lacan dirá que el falo es una objeción de conciencia a rendir un servicio al otro. Un hombre un poco demasiado hombre, atrapado únicamente en este goce fálico, puede tener la sórdida experiencia de una relación con el otro que excluye el amor, a pesar de sus múltiples encuentros. En los casos afortunados, eso le llevará al análisis.

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