Angelina Harari

En línea con Angelina Harari… me pareció una buena fórmula para situar el lugar desde donde hablaré, es decir, de cómo me dejé interpretar por el título ¿Quieres lo que deseas?, porque hablar de deseo implica, siempre es, una interpretación del deseo. Desde el principio, desde Freud y con Lacan se trata siempre de interpretación.

La pregunta explicita la relación de la defensa frente al deseo pues el psicoanálisis es explícito en lo que se refiere a la división subjetiva. Retomo, ése es el título del cual hablaré, una referencia sobre la que Jacques-Alain Miller nos llama la atención en el volumen Lakant:[1] la mención que Lacan hace de Juvenal. Me interesó también porque es un seminario que tuvo lugar en Barcelona, por lo que me pareció una buena referencia para las Jornadas de la ELP en esta ciudad.

La referencia está en el primer capítulo de la Crítica de la razón práctica[2] en donde Kant teje un comentario después de su fórmula del imperativo categórico y presenta cuatro palabras en latín: Sic volo, sic jubeo. Es decir, cuando Kant encuentra la voz del deber, tratando de hacer un juicio razonable se enfrenta con la voz del deber tiránico y se reconoce en la palabra de la mujer. Por eso he titulado esta ponencia En línea con…: Ceder en su deber tiránico, Sic volo, sic jubeo.

Kant reconoce la voz del deber tiránico en la voz de la mujer. En la sátira de Juvenal,[3] según la referencia de Jacques-Alain Miller, surge lo mismo cuando refiere los perjuicios que una mujer casada puede causar al hombre. Las cuatro palabras significan: “Así lo quiero, así lo ordeno”.

Es la ley que no se aplica de manera equivalente a los que la escuchan y la siguen. Es la ley resultante del voluntarismo que tapona la posibilidad misma del surgimiento del deseo. La voz imperativa pretende ser una máxima para todos pero, en el momento exacto en que el imperativo toma la palabra, aparece la voz de la mujer que hace la ley según su voluntad. La máxima incluye las expresiones más amplias de las exigencias del superyó.

Siguiendo este hilo, vemos que, de acuerdo con la lectura de Kant vía Sade, el Nombre del Padre es uno de los nombres del superyó y que lo universal está al servicio de la voluntad de goce. En esa lógica, el deseo, lo universal, se sustenta en su antinomia con el Uno que no es como todos los demás. La relación que la mujer mantiene con su deseo le queda opaca.

En el mismo volumen Lakant, en el capítulo “El hueso del problema”,[4] Jacques-Alain Miller nos evoca cómo la indiferencia del objeto pulsional en Freud provoca el imperativo categórico del goce, pues el objeto de la pulsión no es ningún objeto del mundo sino solo el plus de gozar causa del deseo, coherente con la desaparición del objeto en el imperativo categórico. La cuestión de Kant de ver aparecer la voz de la mujer en el lugar de la voz de la conciencia como encuentro con su superyó la reconocemos interpretada por Lacan en la fórmula “Creer en el síntoma”, creer en la mujer-síntoma.[5]

Buscando el deber como universal a ser encontrado se termina subyugado a una tiranía de lo particular subvirtiéndose en perjuicios. Ceder, se trata de ceder en ese deber tiránico, de desprenderse de él, taponando el voluntarismo; ceder en ese deber tiránico para que el compromiso con el deseo venza en detrimento de la defensa, para que el ego no se lleve la mejor parte en relación al deseo, permitiendo que se quiera lo que se desea. “Así lo quiero, así lo ordeno” es el éxito de la defensa frente al propio deseo.

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