Entrevista con Yves Vanderveken
Realizada por José Ramón Ubieto
José Ramon Ubieto (JRU): El 13 y 14 de julio próximos, nos reuniremos en Bruselas con ocasión de PIPOL 9, el V Congreso Europeo de Psicoanálisis, organizado bajo el título El inconsciente y el cerebro: nada en común.* Como director del Congreso, queremos plantearle algunas cuestiones para los lectores de El Psicoanálisis, la revista de la ELP.
¿En primer lugar, podría explicar brevemente el vigor de esta afirmación (“Nada en común”) cuando otras corrientes del psicoanálisis parecen apostar por una confluencia?
Yves Vanderveken (YV): Esta tesis es evidente si nos fiamos de la experiencia de esta práctica sin igual que es el psicoanálisis. Por otra parte, no tenemos elección, si queremos preservar el filo cortante de su verdad —para retomar una expresión de Jacques Lacan en su profunda y continua relectura freudiana—. Cualquier otra vía llevará a su desaparición, o a la degradación, muchas veces advertida y combatida por Lacan, del psicoanálisis al nivel de un psicologismo que los hábitos cientificistas y las garantías llamadas científicas en las que se ampara revigorizan en la actualidad. Esta pasión de negación de la subversión del descubrimiento freudiano no es privativa de los que niegan o escogen ignorar el descubrimiento freudiano. Habita también en los que pueden apelar a ella. Esto no es nuevo. Lacan lo demostró también muchas veces. Hoy en día toma ropajes nuevos con el desarrollo de los progresos técnicos de las imágenes médicas, particularmente cerebrales, pero es la prosecución, con fuerza renovada por este soporte, de la desviación freudiana llamada ego-psicología que Lacan había rectificado con su enseñanza. Basta con escuchar o con leer a los que predican una aproximación entre el psicoanálisis y las neurociencias, o a los que creen ver confirmarse la hipótesis del inconsciente por y en la actividad cerebral, para captar de inmediato que tienen una concepción del inconsciente que lo reduce al no-consciente —lo que, tanto Freud como Lacan, no querían de ninguna manera que fuera—. La misma palabra de inconsciente se presta a esta confusión, tal como Lacan lamentaba.
El no-consciente no es la realidad del inconsciente que encuentra cada día la práctica del psicoanálisis. Es su negación. Es una tentativa de volver al tiempo del Freud neurólogo, es decir, del Freud anterior a verse conducido a inventar el psicoanálisis para el objeto que le interesaba y que había descubierto. Esto es flagrante en la pasión encontrada por los defensores de una confluencia entre el neuroparadigma y el psicoanálisis por los fenómenos de memoria, donde creen localizar el inconsciente de manera renovada. El paradigma de investigación, inclusive para la neurosis y la represión (!), es el del síndrome llamado de Alzheimer o incluso el de la declinación de los daños neurológicos. Hay psicoanalistas que confraternizan con eso —y llegan a hacer experimentos en las sesiones (¡sí!) —confundiendo el inconsciente con una memoria olvidada, escondida y enterrada, lo que constituye una reducción que Lacan también desmontó.
JRU: Su tesis de base es que la percepción deja una huella psíquica, pero también una huella neuronal que, modificada por la plasticidad neuronal, interroga la fijeza de la determinación clásica y permite así mostrar la singularidad de cada sujeto con esta doble inscripción. Pero, ¿podemos decir que se trata del mismo sujeto que el del psicoanálisis?
YV: Sí, cuando, en su tesis, el inconsciente no se reduce a una memoria olvidada o a una actividad no consciente, entonces se le aproxima a la huella psíquica. Huella dejada por un encuentro cualquiera que habría dejado marcas, o trauma. Y se busca, hay que decirlo, el rastro de la existencia de una imagen que dé cuenta de una perturbación en la actividad neuronal que este encuentro habría marcado y dejado. Se proclama entonces la reconciliación, probable o posible —en un año, diez años, un siglo, una eternidad; porque todo esto es muy complejo como ve— por el bies de la plasticidad neuronal, entre lo orgánico, el ambiente y lo sin igual de cada individuo. Pues bien, si utilizo aquí el término de individuo, es para indicar, como usted sugiere, que no tiene nada en común con la dimensión del sujeto que aísla la experiencia de un psicoanálisis.
¿De qué tipo de encuentro se trata? El aislado en el registro del neuroparadigma y aquél del que testimonian los que se dirigen al psicoanálisis no tienen, tampoco, nada en común. Uno es incluso, una vez más, la negación del otro.
JRU: Cuando una persona se dirige a nosotros, hay una experiencia que deja sin duda alguna una huella, pero entre este Otro y nuestra respuesta, hay siempre un lapso de tiempo. ¿Cuál es la importancia, para nosotros analistas, de este intervalo?
YV: Intentemos circunscribir este intervalo que usted indica de forma lateral. ¿De qué orden es? El psicoanálisis tiene un objeto. Un objeto que rompe todo vínculo de tipo causa-efecto. El tipo de causalidad del psicoanálisis es otro y comporta una dimensión de falla. Esta falla, falla de y en el sujeto, tiende siempre a ser negada o recubierta. Esta división del sujeto, como Lacan la aprehende, compete a lo que Éric Laurent nombra “la oposición entre el principio del placer y su más allá de goce”.[1] He aquí lo que el psicoanálisis formaliza, a partir de la experiencia de los sujetos que se dirigen a él. Es la falla que constituye lo real que insiste, y de la que testimonian las formaciones del inconsciente. ¿El inconsciente es esta insistencia, el retorno disruptivo —a expensas del individuo mismo quien se ilusiona creyéndose amo de su cuerpo— de qué? Ciertamente de un encuentro, pero de un encuentro fallido. El encuentro con un goce que, por estructura, no conviene, que desregula el cuerpo —y que encuentra su modalidad singular en el encuentro misterioso del impacto del lenguaje sobre el cuerpo propio de cada uno—. Es el encuentro con un goce disfuncional, que por ser del cuerpo, no compete sin embargo a ninguna representación o “idea de sí”. Al inscribirse mediante el cuerpo y sus objetos pulsionales, precisamente vacía al individuo de toda representación de sí. Produce al sujeto no como idéntico a sí mismo, sino como ausencia, como agujero. En este goce misterioso que insiste, el individuo es extranjero a sí mismo, no se reconoce en él, y encuentra su inconsistencia mental. Si él es “corporal”, no compete al cuerpo del individuo y a la imagen que se construyó. Está fuera del cuerpo de esta imagen, y pena por estabilizarse. El individuo se agota en alcanzarlo y atraparlo.
JRU: Lo “neuro” se impone en numerosos campos de la vida: economía, bienestar social, aprendizaje y, por supuesto, salud mental. Su justificación es la creencia en una causalidad genética y/o neurológica. ¿Que propone el psicoanálisis ante estas neuroidentidades que inyectan un sentido en numerosas vidas y personas desorientadas?
YV: En efecto, son tentativas de proveer nuevas identidades para algo que justamente escapa a toda representación. Jacques Lacan aisló el Yo como una instancia imaginaria, donde el sujeto se ilusiona al encontrar un dominio y una consistencia del cuerpo en una imagen del Otro. El psicoanálisis aísla en ella la potencia ciertamente “identitaria”, pero también mortífera —ni más ni menos eso en lo que el sujeto esta alienado y que desencadena su pasión de odio y de destrucción del otro—. Precisamente es en el retorno de lo real del goce denegado donde fracasa el Yo, o se encuentra parasitado por el inconsciente. Para el sujeto que habla hay un hiato en la relación con el cuerpo, que no responde a ningún programa, determinismo o instinto. La necesidad de pasar por la relación con el Otro y el lenguaje, lo “desnaturaliza” de entrada. El neuroparadigma recurre, como el Yo, para retomar la expresión de Éric Laurent, “a la imagen del cuerpo con el fin de hacer desaparecer más eficazmente lo real de su goce”. “Consiste en proponer la identificación del ser hablante a su organismo”,[2] tomado bajo el modelo de la máquina o del algoritmo de los cuales el cerebro constituiría el alfa y el omega. La paradoja es que esta idea compete paradójicamente a lo “mental” y no a lo corporal. Busca situar esta unificación del cuerpo en lo mental. Hablando con propiedad se trata de la operación del estadio del espejo, y así se esclarece que el instrumento necesario para esta operación se apoye en la nueva potencia de la imagen médica. Retorna con fuerza la imaginarización de lo real. El psicoanálisis, por su experiencia misma, conoce sus efectos perjudiciales y alienantes. Allí donde el individuo moderno cree encontrar una respuesta a la cuestión de su ser, se encuentra cada vez más siervo y maquinizado por la técnica y por el cálculo. El síntoma, ya sea individual o social, lo sabe. Más aún, lo dice.
JRU: Usted indicó en su texto “La República y la rebelión de los deseos” (Lacan Quotidien nº 749), citando a Jacques-Alain Miller, que el síntoma es el signo de esta rebelión del deseo contra la “rutina” social, pero todo indica un aumento del conformismo social y la promoción de una voluntad de unificación que cada día excluye a más seres humanos. Todo esto coincide con el gobierno de los algoritmos con los cuales las ciencias cognitivas parecen dominar. ¿Dónde encontrar entonces el síntoma?
YV: Acabo de anticiparme a su pregunta. El individuo intenta por todos los medios recuperar lo que con Lacan nombramos este goce que huye del cuerpo. Encontramos con la ciencia, con sus considerable desarrollo, y con la potencia de cálculo que alcanzará potencialidades inigualadas, un nuevo acmé de este proyecto. Por ello conviene a los amos de hoy en día, y a la gestión de las poblaciones. No es por nada que el neuroparadigma seduce también a los individuos y a los pueblos. Basa su seducción en una promesa de reconciliación, de curación y de reeducación de lo que ciertamente funda el malestar propio a lo humano en la civilización, pero también su singularidad. De ahí la angustia que produce también en quienes anticipan allí el final de la humanidad. La batalla será dura e interesante. Conocemos como psicoanalistas la potencia de oposición, de rebelión del síntoma. Veremos lo que ocurre. Cito de nuevo a Éric Laurent: “Se abre una elección entre el conformismo como olvido de sí o la salvaguarda de la singularidad”.[3]
JRU: Para concluir, nuestras próximas Jornadas de la ELP, del 24 al 25 de noviembre 2018, en Barcelona, se titulan ¿Quieres lo que deseas? Excentricidades del deseo, disrupciones de goce. Para las neurociencias, el deseo es la dopamina, cuya liberación produce placer al anticipar las realizaciones, como muestra el éxito de los likes en las redes sociales. ¿En qué se diferenciaría nuestra idea del deseo?
YV: Excentricidades, perturbaciones. Buenas palabras para este goce que no se deja representar y respecto al cual los proyectos de dominio pululan, se declinan hasta la saciedad, siempre con dimensiones totalizadoras. El cognitivismo es sólo un pariente pobre de este plan, un accidente de la historia, lo que no excluye su potencia perjudicial. Nace como brazo educativo al servicio del significante amo de la producción que ahora tomó el mando a escala mundial. ¡Promesa de volver —lo más de prisa posible (¡en pocas sesiones!)— a la fila de la cadena de producción.
Como psicoanalistas, tenemos la experiencia de que el encuentro con el goce y las manifestaciones del deseo, si pueden producirse quizás por la dopamina, no competen menos a la contingencia absoluta. Son siempre singulares, no responden a ningún modelo, y solo están sometidos a la ley del puro encuentro, donde la invención es posible. En el campo de la relación entre los sexos, nada responde en el ser hablante a un programa preestablecido. Se puede negar, pero es evidente. Es el secreto de la humanidad. Lo que todo el mundo sabe, pero nadie confiesa, incluso no se confiesa. Es el resultado de los testimonios que desde hace más de un siglo recoge la práctica del psicoanálisis —vasta encuesta—. Lacan lo atrapa mediante el aforismo: “No hay relación sexual”. Es nuestra brújula en cuanto psicoanalistas. Nosotros tenemos también un proyecto: el de proponer una experiencia que permita una escritura que dé un “punto de anclaje de la singularidad de goce”.[4] Este proyecto es una elección ética. La que se basa en este punto de falla para hacerse responsable de ella, orientándose en la vida por la lógica del síntoma, a distancia de las ilusiones de las identificaciones. Este proyecto no tiene nada en común con el neuroparadigma que tiene sus virtudes en ciertos campos, pero que no recubre el propio del psicoanálisis. Esto es lo que pondremos a prueba en este amplio encuentro que será PIPOL 9, que reunirá a practicantes que se orientan por el psicoanálisis de la orientación lacaniana o se reconocen en su ética mucho más allá de Europa.
Yves Vanderveken. AME; ECF, NLS. Psicoanalista en Bruselas y en Tubize.
yves.vanderveken@icloud.com
José Ramón Ubieto. AP; ELP. Psicoanalista en Barcelona.
jubieto@yahoo.es
[1] Laurent, É., El reverso de la biopolítica, Buenos Aires, Grama, 2016, pág. 11.
[2] Ibid., pág. 13.
[3] Ibid., pág. 25.
[4] Idem.