Texto de Guy Briole
La soledad y el lazo es un título que le va perfectamente a la investigación; es como hecho a medida. La paradoja que sostiene Lacan es que los grandes descubridores “no deben nada a su trabajo, sino al de los demás”.*[1] Su talento consistiría en haber atrapado en una contingencia lo que, de piezas sueltas fabricadas por otros, se podría ordenar en un puzzle para hacer con él un saber nuevo.
La soledad
Así, el investigador es siempre un solitario, incluso cuando trabaja en equipo. Lo que sobresale es el nombre del Uno. Y es a él, a su nombre, a quien se atribuye el trabajo de muchos otros.
En una velada del Pase en Barcelona, recordé que en su primer curso en el Collège de France, Cómo vivir juntos,[2] Roland Barthes consideraba que la soledad representa la armonía entre una posición de retiro y el mínimo que se debe conservar de la relación con los demás: ni invadido, ni abandonado.
Barthes quería mantenerse apartado de las contingencias del saber, de las exigencias, de la exhaustividad, del “superyó teórico”, y a partir de esta posición se sentía capacitado para avanzar en sus investigaciones, en su escritura.[3]
He aquí un punto que debería interesar al psicoanalista investigador, porque es lo que abre la posibilidad de un saber nuevo.