Texto de Miquel Bassols

La solidez de un concepto clínico se mide por la efectividad de su uso, especialmente cuando da cuenta de un campo de fenómenos para el que no existía antes un mapa establecido.* Desde esta perspectiva podemos decir sin duda que el concepto de “psicosis ordinarias”, acuñado por Jacques-Alain Miller a finales de los años noventa, ha llegado a ser un concepto clínico ya establecido, un concepto de enorme efectividad dado su uso ampliamente extendido desde entonces en el Campo freudiano… y más allá. Las psicosis ordinarias dan cuenta así de una serie de fenómenos que a veces pasan desapercibidos por su aparente normalidad,pero que escuchados desde la enseñanza de Lacan indican las condiciones de estructura que hemos aprendido a localizar en el campo de las psicosis. Discretos acontecimientos de cuerpo, sutiles plomadas de sentido en el deslizamiento de la significación, velados fenómenos de alusión, suplencias minimalistas en las que el sujeto sostiene la frágil estabilidad de su realidad. Estos fenómenos estaban ahí, a la vista de todos, pero se confundían con el paisaje de la normalidad en su frecuencia. Tal como indicaba el propio Jacques-Alain Miller en la hoy conocida Convención de Antibes: “Pasamos de la sorpresa a la rareza, y de la rareza a lo frecuente”.1 Es decir, hemos pasado de la sorpresa por el encuentro de lo excepcional y lo extraordinario a reparar en fenómenos que por su frecuencia se nos hacían ya familiares.

Pero allí donde opera el prejuicio de la normalidad, ese fantasma que adquiere en nuestros días categoría de verdad estadística, se trata siempre de encontrar la extrañeza del rasgo clínico en su detalle más singular. Así, las psicosis ordinarias se nos revelan ahora como una suerte de carta robada de nuestra clínica: estaban tan a la vista de todos que se escondían a la de cada uno. Bastaba un ligero desplazamiento del foco clínico para hacer aparecer en estos fenómenos la estructura de las psicosis en sus diversas formas de anudamiento, y de revelar con este cambio de perspectiva que lo más extraño habitaba en lo más familiar de la clínica. Las psicosis ordinarias son así también lo Unheimlich (lo siniestro, lo extrañamente familiar) de nuestra clínica. Y no es raro obtener este afecto vinculado a lo Unheimlich en el psicoanalista practicante cuando se señala la dimensión de lo extrañamente familiar de estos fenómenos.

Entonces, si el concepto de psicosis ordinarias ha venido a delimitar el mapa de lo que era hasta entonces una terra incognita de nuestra clínica, es también porque muestra que la orografía de su terreno está presente en cada uno de los continentes previamente definidos por la cartografía clásica, la cartografía repartida según las categorías de psicosis, neurosis y perversión. Dicho de otra manera, el mapa crea aquí el terreno antes que representarlo, hasta confundirse con él. Lo que es decir también que el lenguaje, incluido el de la clínica, antes que tener una función de representación de la realidad está anudado en la misma operación de la construcción y de la percepción de esa realidad. Es algo tan extraño como familiar para alguien formado en la orientación lacaniana más clásica: la percepción eclipsa la estructura allí donde esta estructura revela el modo en que se construye esta percepción.

Vayamos ahora a considerar la naturaleza del terreno que hoy conocemos con el término de “psicosis ordinarias”. Imaginemos una suerte de Google Earth de la clínica en el que podamos visualizar el terreno y las localizaciones geográficas con sus nombres y fronteras. Encontramos ahí, siguiendo nuestra clínica clásica, claramente establecidos los dos grandes territorios de las neurosis y de las psicosis, con sus fronteras y subfronteras, con la histeria y la obsesión por una parte, con la paranoia y la esquizofrenia por la otra. Podemos localizar también la melancolía, también las perversiones, aunque a veces se desdibujen un poco más en algunas de sus fronteras para revelar su condición de rasgos que pueden compartir países distintos. Existen, en efecto, rasgos melancólicos en varios lugares de los continentes delimitados, así como rasgos de perversión, para retomar el tema de un encuentro internacional del Campo freudiano de hace ya unas décadas.

Si escribimos ahora “psicosis ordinarias” en este buscador imaginario del Google Earth de la clínica para ver cómo los zooms sucesivos nos conducen a una localización precisa, ¡oh sorpresa!, la lista de lugares que aparecen en la ventanita de búsqueda se alarga más y más, hasta hacerse presumiblemente infinita. Hasta tal punto que parecería que las “psicosis ordinarias” pueden estar hoy en cualquier parte del mapa, sin poderse reducir su descripción a un rasgo ni tampoco constituirse en un continente en sí mismo. Si clicamos en uno cualquiera de esos nombres nos conduce sin embargo a lugares ya conocidos. Y si seguimos verificando la lista tal vez podríamos concluir entonces que la psicosis ordinaria es en realidad el propio Google Earth en su conjunto, el propio sistema de representación con el que intentamos localizar los lugares de nuestra clínica clásica. Es una clínica hecha de rasgos discretos, que valen por la diferencia que existe entre unos y otros, al estilo del sistema estructural de la lengua que conocemos desde la lingüística de Saussure. Pero aquí los rasgos son tan discretos –permítanme el equívoco de esta palabra–, tan sutiles que desaparecen a la vista general y sólo aparecen en la singularidad de cada caso, y cada vez de manera distinta. Difícil construir un mapa general y un buscador precisos con estas condiciones de representación, a no ser, como decimos, que el lugar en cuestión que buscamos no sea finalmente el propio sistema de representación en el que operamos.

Digamos de inmediato que esta paradoja no nos parece nada extraña a los lectores de Jacques Lacan. Está presente desde muy temprano en su enseñanza. Él mismo leyó su propia entrada en el psicoanálisis, la que lleva el título de su famosa tesis de 1932, De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad,diciendo unos años después que la personalidad es la paranoia y que es por esta razón que no hay de hecho relaciones entre la una y la otra. Nada más normal que la personalidad, nada menos discreto también, tómese el término “discreto” con el equívoco que hemos señalado.

Pero entonces, ¿es que la categoría de “psicosis ordinarias”, que nos parecía tan efectiva en su uso, se nos evapora ahora precisamente por la extensión y efectividad de ese uso? ¿No nos estará ocurriendo lo mismo que señalaba Lacan en los años cincuenta cuando estudiaba el uso de la interpretación en el medio analítico a partir de las observaciones de Edward Glover? Les recuerdo su indicación al respecto en su escrito sobre La dirección de la cura y los principios de su poder: Edward Glover, a falta del término de significante para operar en la experiencia analítica –escribe Lacan–, “encuentra la interrelación por todas partes, a falta de poder detenerla en una parte cualquiera, y hasta en la trivialidad de la receta médica”.2

Un extravío tal sería sin duda nuestra segura confusión de lenguas, confusión que se añadiría a la Babel actual de la clínica, una clínica que parece desaparecer, ella misma, en el mundo de las nosografías cada vez más desordenadas y hoy alimentadas por la crisis del sistema DSM. Es sabido que la crisis de este sistema, en sus nuevas versiones, ha extendido de tal manera las descripciones de lo patológico en la vida cotidiana que no hay un solo rincón que no sea diagnosticado como un posible disorder. Hasta el punto que alguien ha dicho que si uno no se encuentra descrito en alguna de las páginas del manual es porque realmente debe tener un grave disorder.

Se trata en realidad de un error de perspectiva homólogo al que describíamos con el modelo Google Earth. Con la introducción de la categoría de las “psicosis ordinarias” en la clínica nos encontramos –como señalaba Jacques-Alain Miller en el momento mismo de introducir el término– “divididos entre dos puntos de vista que contrastan, que no son excluyentes uno de otro”.3 Desde la primera perspectiva, la que podemos ordenar a partir de la primera enseñanza de Lacan, hay discontinuidad entre neurosis y psicosis, hay fronteras más o menos precisas, hay elementos discretos y diferenciales, tributarios de la lógica con la que funcionan los Nombres del Padre y la lógica del significante que opera de modo discrecional, por las diferencias relativas entre los elementos. Cuando hay una frontera en el mapa, hay diferencias discrecionales entre dos territorios, hay también posible reciprocidad entre ellos para definir lo que uno es y no es en relación al otro. Desde la segunda perspectiva, la que podemos ordenar a partir de la última enseñanza de Lacan, se pone más bien de relieve la continuidad entre territorios, aquello que los hace contiguos, como dos modos de responder a un mismo real, como dos modos de goce ante una misma dificultad de ser. No se trata ya en esta segunda perspectiva de establecer fronteras sino de constatar anudamientos y desanudamientos entre hilos que están en continuidad. 

Así, podemos decir que no hay propiamente una descripción clínica de las psicosis ordinarias según el modelo clásico que ordena sus categorías a partir de una serie de rasgos presentes en el interior de un conjunto más o menos bien delimitado. Resultaría imposible entonces incluir una categoría así en la lógica del DSM o de los manuales de diagnóstico habituales, donde se enumeran los rasgos que deben estar presentes para cada categoría clínica. Desde el punto de vista descriptivo podrían definirse más bien por un rasgo que encontramos a faltar, nunca el mismo por otra parte, por aquello que sentimos que falta en relación a las psicosis clásicas, pero también por lo que encontramos a faltar en relación a las neurosis clásicas. Nos vemos obligados entonces a definirlas, más que nunca, caso por caso, y siempre según el contexto en el que encontramos esa falta.

Si me permiten decirlo así, la categoría “psicosis ordinarias” incluye entonces a las categorías que no se incluyen a sí mismas: parece una histeria pero no es una histeria, no incluye los rasgos que conocemos de la histeria, parece una obsesión pero que no incluye los rasgos de la obsesión, parece una paranoia pero no incluye los rasgos de la paranoia… Lo que convierte a las psicosis ordinarias en una suerte de paradoja de Russell, la conocida paradoja de aquel conjunto que incluye a los conjuntos que no se incluyen a sí mismos. Hay varias maneras de ilustrar la paradoja de Russell, una es la del catálogo que incluye a todos los catálogos que no se incluyen a sí mismos, sin poder concluir finalmente sobre la pregunta de si el primer catálogo se incluye o no a sí mismo.

De este modo, la categoría de las psicosis ordinarias hace estallar el sistema diagnóstico de la clínica estructural. Ocurre con ellas algo parecido a lo que ocurría en la primera clínica freudiana con la introducción de las llamadas “neurosis actuales”, las neurosis que Freud distinguía de las psiconeurosis clásicas y que se definían por su falta de historia infantil y por la falta de sobredeterminación simbólica de los síntomas. Toda neurosis era una neurosis actual hasta que no se encontraran estos dos elementos estructurales que no cesaban de no escribirse… hasta el encuentro contingente que decantaba su significación.

Digamos que el único modo de verificar este hecho, el único modo de poner a prueba este real que no cesa de no escribirse en cada caso es la propia estructura de la experiencia analítica, la estructura que se pone a la luz del día en el fenómeno de la transferencia.

Dicho de otro modo y para concluir: las psicosis ordinarias sólo se ordenan clínicamente cuando sus fenómenos se precipitan, se ordenan, en la lógica de la transferencia. Sólo allí se revelan las psicosis ordinarias como ordenadas bajo transferencia.

Miquel Bassols. AME, ELP. Psicoanalista en Barcelona.

m.bassols@me.com

1* Intervención en el Congreso de la NLS, Dublín, julio 2016.

Miller, J.-A., La psychose ordinaire: La Convention d’Antibes, Oaris, Agalma, 1999, pág. 230., J.-A Miller y otros, La psicosis ordinaria, Paidós, Buenos Aires, 2003, pág. 201.

2 Lacan, J., “La dirección de la cura y los principios de su poder”, Escritos 2, México, Siglo XXI Editores, 1984, pág. 573.

3 Miller, J.A., La psychose ordinaire, op. cit., pág. 231. Edición española: Miller J.-A., y otros, La psicosis ordinaria, op. cit., pág. 201.