“Qué fue de las histéricas de antaño, de aquellas maravillosas mujeres,
las Anna O, las Emmy von N? No sólo jugaron un cierto papel sino un papel social cierto.
Fueron ellas quienes permitieron el nacimiento del psicoanálisis cuando Freud se dispuso a escucharlas.
Al escucharlas, Freud inauguró una modalidad completamente nueva de la relación humana.
¿Qué sustituye actualmente a los síntomas histéricos de otro tiempo? ¿No se ha desplazado la histeria en el campo social?”

Jacques Lacan1.

 

Haremos nuestras las preguntas de este epígrafe: ¿a dónde fueron a parar las histéricas que nos presentaron Freud y Lacan? ¿Podemos decir que los síntomas histéricos anteriores han sido reemplazados por nuevos síntomas? ¿Qué se mantiene y que ha mutado? Hay ciertas coordenadas que nos permiten dar cuenta de la histeria: el compromiso del cuerpo, el amor al padre, la prevalencia del deseo insatisfecho, la presencia de la Otra mujer.

Hace ya casi 130 años de la aparición de los “Estudios sobre la histeria” de Freud. En ellos no solamente sorprendió a la comunidad médica encontrándole un sentido a los síntomas, sino que elaboró un mecanismo de formación de síntomas que permitió distinguir la histeria de la neurosis obsesiva.

Partiendo de lo que denominó suma de excitación, una carga de energía que circula entre las representaciones, el mecanismo de represión consistía en la separación de la carga de una representación penosa de carácter sexual volviéndola una representación débil2. Será el destino de esa carga de energía lo que determinará la diferencia diagnóstica: “En la histeria, el modo de volver inocua la representación inconciliable es trasponer a lo corporal la suma de excitación, para lo cual yo propondría el nombre de conversión3, es decir, da origen a los síntomas conversivos. Mientras que en el caso de las fobias y la neurosis obsesiva “la alteración íntegra ha permanecido en el ámbito psíquico”4, lo que conocemos como la erotización del pensamiento. Por otra parte, vale aclarar que la representación desprendida de su afecto pasa a formar el núcleo de un grupo psíquico separado, es decir, es la fundación de la noción de inconsciente.

A Freud mismo no deja de sorprenderle el hecho de que despertar el recuerdo del proceso que ocasionó el estallido de los síntomas provoca su desaparición, convocando el afecto y expresándolo en palabras5. En su análisis comparativo entre las parálisis neurológicas y las histéricas, Freud nos da las pistas de lo que quiere decir ese trasporte a lo corporal. Concluye entonces que las parálisis histéricas son independientes de la estructura anatómica del sistema nervioso, pues “la histeria se comporta en sus parálisis y otras manifestaciones como si la anatomía no existiera o como si no tuviera noticia alguna de ella (…) es ignorante de la distribución de los nervios (…) toma los órganos en sentido vulgar, popular, del nombre que llevan”6. Vemos así que el cuerpo de la histeria es un cuerpo recortado por el significante y asociado a la emergencia de un sentido que se juega en el síntoma.

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