Es un placer compartir la lectura de este texto. María reúne lo que ella llama apuntes. Elige un significante discreto, hacer algún asiento, una nota, un acotamiento, en un campo vasto, que anuda dos grandes territorios, el de la clínica, y el del arte y la cultura, con tradiciones diversas, con recorridos paralelos y en algunos casos con entrecruzamientos que han generado proyectos, preguntas, avances.

La relación del psicoanálisis y la poesía transciende lo que en algunos medios se llamó la psicopoética, que, sobre todo, en la década de 1970, aproximó la escritura con la psicología profunda, como un intento de ilustrar una manera de liberación de la metáfora poder-expresión. Aquí también el retorno a Freud de Jacques Lacan dignifica ese legado apasionante que podría haber quedado subsumido como herramienta de arte-terapia.

María se encarga, con mimo, valentía, rigor, y una tarea memorable de investigación, de identificar y valorar múltiples registros de encuentro entre ambos universos. Para ello repasa comunalidades y diferencias entre la poética y el discurso analítico. En un primer momento, la poesía representa un saber referencial para el psicoanálisis de orientación lacaniana. Freud y Lacan toman la obra de diversos poetas universales como pilares de su edificio epistémico. Es más, el artista, el poeta precede al psicoanalista. Lacan nos recuerda en su Prefacio a El despertar de la primavera, que cierta literatura precede a Freud mismo. No está de más insistir de vez en cuando que el dramaturgo alemán Frank Wedekind, contemporáneo de Freud, está convencido antes que el propio Freud, que eso con lo que el ser humano no sabe qué hacer es la sexualidad, que con el sexo nadie se las apaña, de entrada, y que, de manera estructural, el sexo, en una dimensión real, hace agujero en la vida de los seres humanos. Lacan también reconoce en su Homenaje a M. Duras que, en su materia, el artista siempre le lleva la delantera, y que no tenemos por qué hacer de “psi” donde el artista ya nos desbroza el camino. Atender, estar a la altura de lo que representan estas aperturas inéditas, es el camino.

También la poesía para el psicoanálisis, y María lo va tejiendo de manera exquisita, sirve de saber textual, más allá de la propia identidad del poeta. El sujeto del inconsciente no es un poeta, pero las formaciones del inconsciente sí se constituyen al modo de un poema. Tanto que con María podemos afirmar que, en cierta medida, el psicoanálisis es simultáneamente una experiencia terapéutica, pero también una experiencia poética. Hay un parentesco evidente entre las formaciones del inconsciente y la poesía: las dos son creadas en su relación al significante, con sus propias metáforas y metonimias que permiten elaborar la relación singular que el sujeto mantiene con las formas de gozar en la vida. Los apartados 8, 9 y 10 han atraído de formar singular mi interés, en este sentido. Son capítulos limpios de envoltorios, directos, avanzando diligentemente.

De hecho, el lenguaje poético, mejor que cualquier otro, articula plenamente que la función del lenguaje no es sólo la de “informar, sino evocar”. La función de la palabra y del lenguaje no es tanto la de describir lo que ocurre, como la de crear e inventar. Por esa razón: la experiencia psicoanalítica ha vuelto a encontrar en el hombre el imperativo del verbo como la ley que lo ha formado a su imagen. Maneja la función poética del lenguaje para dar a su deseo su mediación simbólica.

Para Lacan, Dante es el poeta por excelencia porque podemos reconocer las huellas que ha dejado su poesía en nuestro mundo. Lo que nos lleva a preguntarnos por qué es poeta. No basta con escribir para ser poeta. Para Lacan, y María está atenta a estas puntualizaciones, no es poeta más que aquel que introduce al lector en una nueva dimensión de la experiencia humana. Hay poesía cada vez que un escrito nos introduce a un mundo diferente al nuestro, y dándonos la presencia de un ser, de determinada relación fundamental, lo hace nuestro también. La poesía hace que no podamos dudar de la autenticidad de la experiencia de San Juan de la Cruz, de Emily Dickinson, Sor Juana Inés, o Gérard de Nerval. La poesía es creación de un sujeto que asume un nuevo orden de relación simbólica con el mundo.

Por esta razón, si bien Lacan considera las Memorias de Schreber como un gran texto freudiano, porque evidencia la pertinencia de las categorías que forjó el padre del psicoanálisis, no define, sin embargo, a Schreber como un poeta, porque no abre a una nueva relación simbólica con el mundo.

También es un requisito, una exigencia para el analista. Y María Navarro lo sabe desarrollar en toda su amplitud. Si nos decimos analistas comprobaremos el forcejeo a través del cual un psicoanalista puede llegar a hacer que suene otra cosa que no sea el mero sentido. El sentido es lo que resuena con la ayuda del significante. Pero lo que resuena desde ese registro no va muy lejos, está más bien amortiguado. El sentido tapona. Pero con la ayuda de lo que consideramos la escritura poética, y es una recomendación lacaniana, podemos experimentar la dimensión de lo que podría ser un segundo grado de la interpretación analítica. Esto no queda lejos de lo que Miller llama un esfuerzo de poesía.

En relación a Lucien de Rubempré, dice Miller Un effort de poésie, para no suicidarse.

Es una invitación dar nombre a ese dilema orgulloso, en el que va la vida: continuidad del par la bolsa o la vida, ahora, poesía o muerte. De esta dicotomía podríamos hacer el lema del psicoanálisis, en tanto el psicoanálisis nace y se desarrolla en el uno por uno de cada análisis, ligado a la poesía.

Un psicoanálisis es una oportunidad para hablar sin saber lo que se dice, no solo para describir, o explicar, enseñar, demostrar, o justificar, y verdaderamente no es un ejercicio destinado a decir exactamente la verdad. Un psicoanálisis es una invitación pura y simplemente a hablar, a decir lo que se nos ocurra, a decir sin saber, como el poeta, por otro lado, que escribe sin saber muy bien lo que quiere decir. A ello destina María páginas muy bien construidas. Y matiza la cuestión del sinsentido con la relación particular de Freud y la proximidad de Lacan a las culturas de Oriente y sus particulares maneras de ir al malestar, la relación de objeto, la no-relación, la escritura, o el concepto de goce, entre otros. Les recomiendo especialmente la exquisita redacción y encabalgamiento de estas páginas. La autora da un paso más cuando profundiza en la conexión entre la enseñanza lacaniana y la escritura oriental, y sus implicaciones para pensar el parletre.

Concluyo recordando algunas ideas de un texto de Di Ciaccia que compartió el número 25 de Colofón con María Navarro hace años en un monográfico precisamente sobre psicoanálisis y poesía. Y le pregunté a María en la presentación al respecto. Distinguía dos poéticas. Una que ha presidido durante siglos el territorio literario del amor, protagonizada por aquellos que se sitúan del lado hombre, poco importa su sexo, empeñados en, claro, desde lo sublime, velar el agujero del “no hay relación sexual”, con la mediación del objeto a. Una poética, diríamos fantasmática. Y otra poética no-toda que se abre camino, y apunta a un goce que está más allá, como celebración de lo radicalmente Otra. ¿En qué registro pues nos encontramos? ¿Puede el psicoanálisis influir en la balanza donde se calibran ambas poéticas?

Manuel Montalbán. AME. Miembro de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis. Psicoanalista en Málaga.

montalban@uma.es

Lacan en la orilla. Apuntes sobre psicoanálisis y poesía, María Navarro Pacheco. La Dragona / Miguel Gómez Ediciones, Málaga, 2023.