“El psicoanálisis cambia, lo cual no es un deseo, es un hecho”1. Esta frase de Miller, extraída de los decires de Lacan en su última enseñanza, sitúa de forma precisa cuál es nuestra perspectiva al relacionar el inconsciente, el amo contemporáneo y la transferencia en el título de la última jornada de la EBP-MG. Se trata de un esfuerzo de elaboración conceptual que busca permanecer lo más cerca posible de la experiencia, es decir, de aquello que, de hecho, hacemos en nuestra práctica analítica hoy. Esta aproximación entre práctica y teoría nos conduce inevitablemente a cuestionar nuestra concepción de la transferencia porque, como nos recuerda Lacan en el Seminario XI, si por un lado, “Este concepto rige la manera de tratar a los pacientes. A la inversa, la manera de tratarlos rige al concepto”2. Por lo tanto, podemos decir que si el psicoanálisis cambia, ese cambio sucede en la dialéctica entre teoría y práctica.
El psicoanálisis que practicamos hoy ha exigido, por nuestra parte, una lectura renovada de los conceptos fundamentales como la transferencia y el inconsciente lo que, a su vez, también interfiere en esa misma práctica modificándola. Dar al mismo concepto una lectura inédita es algo que Lacan nunca rehuyó. Incluso eso nos autoriza a identificar en su recorrido, primera, segunda y última enseñanza. En ese recorrido, aunque una nueva lectura no invalide necesariamente la anterior, tenemos que admitir, de acuerdo con Miller, que el psicoanálisis tanto en lo que concierne a su práctica como a su teoría “ya no es del todo conforme a lo que se pensaba que era”3. Esa diferencia del psicoanálisis con relación a sí mismo llega hasta el punto de que la transferencia, de la cual Lacan hizo un concepto fundamental en el Seminario 11, puede ser considerada hoy por Miller como la gran ausente en la última enseñanza de Lacan.
Pero para que nosotros podamos comprender este salto, me parece importante situar primeramente el punto de inflexión que conducirá a Lacan a una comprensión del acto de hablar, completamente distinto de lo que había propuesto hasta entonces: se habla solo, para sí mismo y no para Otro. Esta confirmación hace surgir una nueva forma de presentación del inconsciente, formulada por Lacan una sola vez en el Prefacio a la edición inglesa del Seminario 11, escrito poco después del Seminario 23, en los siguientes términos: “…el inconsciente, es decir, real, solo si se me cree”4. Aunque en el Seminario 23 el inconsciente permanezca aún en el registro de los simbólico, al apoyarse en Joyce, la definición de inconsciente quedará reducida a la materialidad del significante que, como nos aclara Miller5, quince días después de finalizar ese Seminario, Lacan6 podrá llegar al inconsciente real. En ese registro, la falta ya no representa al inconsciente como discurso del Otro, sino como una satisfacción del Uno-solo “que no quiere decir nada a nadie”7. Se trata de un decir que se cierra sobre sí mismo convirtiendo la transición hacia el Otro en precaria lo que, a su vez, conduce a un impasse respecto a la transferencia concebida como una suposición de saber dirigida al Otro y plantea un problema sobre el modo de presencia del analista y sus posibilidades de intervención.