El rápido desarrollo de la técnica y la multiplicación de sus objetos, “desarrollo vertiginoso” como leemos a menudo, se produce desde hace décadas de un modo cada vez más independiente del propio discurso de la ciencia. Tal como indicaba J.-A. Miller en su Curso Todo el mundo es loco: “Nos damos cuenta perfectamente de que la tecnología no está subordinada a la ciencia, que representa una dimensión propia de la actividad y del pensamiento. La tecnología tiene su dinámica propia1. Es esta dinámica de vértigo, extendida hoy a todos los campos de la vida humana —incluida la propia ciencia— en lo que se conoce como cientismo, lo que les propongo interrogar a la luz de la experiencia analítica. ¿De qué se trata en este vértigo?

Visto desde la perspectiva de una clínica freudiana, es un vértigo parecido al que encontramos en el caso Juanito cuando el sujeto siente que el caballo desbocado de la técnica no responde ya a las riendas del pensamiento, sino que es el propio pensamiento el que se ve arrastrado por ella. El objeto técnico —elevado, en efecto, al cénit de la civilización— se ha convertido así en la vida cotidiana en un objeto que puede ser tanto un objeto de amor como un objeto fóbico. De ahí que el mundo pueda repartirse hoy entre tecno-fílicos y tecno-fóbicos, entre los tecno-profetas que prometen la salvación a través del objeto técnico y los tecno-catastrofistas que anuncian nada menos que el fin de la especie humana tal como se la conoce hasta ahora.

Visto desde la perspectiva de una clínica de los anudamientos, este vértigo parece, sin embargo, un efecto de lo que llamamos con Lacan una forclusión generalizada. Hay que ver, todavía, de qué sujeto se trata en esta forclusión.

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