Si pudiéramos hablar seriamente de la angustia del analista lo haríamos de los sentimientos del analista, pero sin caer en el tópico de la contratransferencia. En su Discurso a los psiquiatras,1 Lacan menciona la situación angustiada del psiquiatra cuando se encuentra frente a frente con el loco, sin considerar que el psicoanálisis pudiera disminuir este afecto. Sin el psicoanálisis, el psiquiatra suele tener consigo dos recursos: la masa de los colegas en la sala de guardia, y las invenciones de los psiquiatras clásicos en términos de nosología. Segregación de un lado y encasillamiento del otro, con el resultado de que en los más de treinta años que van de la Tesis de Lacan (1932) hasta aquel 1967 nadie hizo ningún descubrimiento en el campo clínico. Hay una tercera barrera de protección: convertirse en un grand patron, un jefe, una eminencia, lo que le permite poner un cierto número de personas entre él y el loco. De tanto en tanto, alguien pone el dedo en la llaga: lo que hay ahí es angustia. Cuando un psiquiatra la siente como propia, sostenido por su propio análisis, entonces hay una esperanza de apertura a la singularidad del caso. El caso le concierne, le afecta. Esto quiere decir que se encuentra con un miedo sin objeto; subrayando aquí el “sin objeto”. Esto quiere decir que el loco no pide, no formula una demanda: no le falta nada. El psiquiatra se encuentra frente a frente con un hombre libre. El loco es el hombre libre.2 El loco, en efecto, no está ligado al Otro por medio de un objeto a; no tiene otra causa que la que lleva en su bolsillo. Ante esta presencia, la primera respuesta del psiquiatra puede ser de angustia y, en consecuencia, la erección de la serie de parapetos que hemos mencionado; pero el psicoanálisis puede enseñarle otra manera de responder a la existencia del loco.
Veamos pues entonces lo que el psicoanálisis puede decirnos sobre la angustia, más allá de su consideración como simple afecto, en la dirección del deseo del analista. Para ello empezamos con el Seminario 10 de Jacques Lacan, La angustia.3
Un analista dice: la angustia, al analista (como analista), no parece asfixiarlo. Parece que tiene recursos propios para mantenerse neutral ante ese afecto; con lo que la neutralidad del analista se aplica aquí a la relación que mantiene con sus propias pulsiones. Pero Lacan no abona esta forma de neutralidad; la angustia del analista, al menos al inicio de su práctica, es una buena señal. Al analista, la angustia ante su acto le da la medida, además de la demostración, de la angustia del paciente. Ahora bien, la lógica del discurso del analista impone no identificar la angustia del analista con la del analizante; y esta distinción no es una defensa contratransferencial. Se trata de dos cosas distintas.