En el futuro ya no se hace el amor. Comarcas ajenas a la inmigración están amenazadas de despoblamiento. Otras, comarcas prolíficas, en “vías de desarrollo”, se ralentizan; en cambio algunas de ellas ya se han desarrollado sumándose a la curva de las naciones extenuadas.

Despojos imaginarios

En el siglo XVII, el descubrimiento de las creencias de otros pueblos y el desorden de los imperios sobredimensionados por su potencia técnica habían hecho tambalear “la coherencia y el orden de la teología cristiana”1, rearmando a la filosofía: “La atención prestada a los problemas religiosos se desviaba hacia problemas laicos, haciendo perder a muchos su interés por el infierno o su creencia en él”2. En la clínica, se dejó de creer en “el lenguaje […] de los fantasmas. […] Las figuras fantásticas se [disipan], y el espacio liberado [deja] venir hasta los ojos el corte franco de las cosas”3. Freud parece reinstituir lo imaginario cuando “pasa de la seducción de hecho a la seducción fantasmática”4; pero describe, por el contrario, su gramática. Después, Lacan diseca las adherencias corporales del goce, para leer la lógica del fantasma5.

Ya nadie ignora que los ideales, socavados por la ciencia, se visten de semblantes como el diablo de Prada. Son un aderezo de verdad, desgastado, pero que “se engancha, lo rodea”6 y se suma a nuestro objeto a. Nos ofrecen robárnoslo en provecho de rutilantes letosas7prêt-à-porter y que “no tienen ninguna razón en absoluto para limitarse en su multiplicación”8. Entonces, incluso si el sexo está en todas partes, se practica menos, y la hipersexualidad vela el solipsismo cuando se interponen objetos –como drogas– entre uno mismo y el otro. Mitridatizados contra la inexistencia de una relación previamente escrita entre los sexos, ya no hace falta arriesgarse al amor para inventarlo: soñar con él basta, al abrigo de la castración “en el corazón de la relación sexual”9. El producto vendido por las TIC10 es la mejor droga: el amor al que se pide todo11. Dicha adicción al amor no contradice, pues, el teorema: “la toxicomanía […] es un anti-amor”12, ya que si el “capitalismo deja a un lado […] las cosas del amor”13, se consume la esperanza, quedándose uno solo, delante de la pantalla o en su propio trip. Y, además, “el amor adictivo es un amor que aísla”14.

Pero sus primicias ya fueron visibles desde el siglo XVII, cuando los radicales ponen en tela de juicio la fe: ya se predice que “la humanidad solo se preocupará por la felicidad individual”15. Son designados como “responsables de la destrucción de la sociedad civil”, refiere, pues, Jonathan Israel16. “Construcciones sociales sostenían todo ese imaginario en su lugar, dice Miller. Ahora vacilan, porque el empuje del Uno se traduce sobre el plano político con la democracia a ultranza: el derecho de cada uno a su propio goce deviene un derecho humano.”17

Ello se escribe

Lacan dejará el concepto social de sujeto, que “vive del ser”18 en provecho del concepto solipsista y substancial de individuo: “El sujeto es el negativo del individuo”19. El inconsciente deberá del mismo modo dejar su lugar al parlêtre20. No obstante, ya que el sentido del ser es presidir al tener –“su cuerpo, […] no lo tiene sino a partir de eso”21, precisa Lacan–, el individuo ya no tiene su cuerpo, lo es –fórmula misma de la melancolía.

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