En el momento de la publicación del Seminario 14, La lógica del fantasma, Jacques-Alain Miller precisa: “En su acepción común, el fantasma remite a la imaginación, a lo que Lacan ubicó como el registro imaginario. Al manipular símbolos, la lógica pertenece al registro simbólico; jamás debería, por tanto, reunirse con el fantasma”1. Es necesario, a partir de ahí, cuestionarse respecto a lo que en el fantasma atañe a la lógica.

El análisis para desvelar el fantasma

Uno entra en análisis porque ya no soporta más sus síntomas y se imagina que es responsable de ellos, quiere cambiarlos; han llegado a ser demasiado repetitivos. ¡Cuántas personas nos dicen en una primera entrevista que vienen a consultarnos porque habían decidido no parecerse jamás a su padre o a su madre, que estaban seguros de que actuarían de forma diferente en su vida, y que comprenden, finalmente, que repiten los mismos impases, los mismos síntomas, los mismos libretos que sus padres! Lo que lleva a un sujeto a consultar a un analista es comprender que todos estos esfuerzos y anhelos conscientes de cambiar están en un impase. No basta con tomar una buena determinación para salir de la homeostasis en la cual el sujeto se satisface, para transformar su relación con su goce. Los buenos propósitos tienen más bien un poder de adormecimiento. Valen como defensas contra toda mutación subjetiva auténtica.

La operación es, a veces, larga; hace falta para ello un análisis, y este comporta grandes rodeos significantes para tener la oportunidad, al final del camino, de desanudar de la novela familiar lo que constituye la fijeza del objeto. Solo el psicoanálisis opera sobre el fantasma. Abordar el recorrido del análisis por el sesgo del fantasma es interrogar el espacio donde el sujeto se confronta con la imposibilidad de anudar armoniosamente el significante con el goce. Frente a este imposible el sujeto responde con un bricolaje que lo pone a resguardo. Esta es la función del fantasma.

El fantasma, una protección

Si leemos el matema que nos da Lacan, el fantasma es un ensamblaje de dos letras. Una especie de molécula “en el sentido en que una molécula es un conjunto de partículas, de átomos que forman una pequeña masa de materia”2. Si bien una molécula puede transformarse fácilmente, no ocurre lo mismo con el átomo. Porque solo una reacción potente como la nuclear podría separar el átomo de la significancia y el átomo del goce. Estas formulaciones hacen resonar, por un lado, la fijeza propia del objeto y, por otro lado, la variabilidad propia del significante. De este modo, para operar sobre el fantasma “una reacción nuclear”3 es indispensable. Es necesario, por tanto, una interpretación correcta para que la matriz del fantasma quede tocada y que el objeto pueda revelarse al sujeto fuera de su ropaje significante. Entonces, puede haber un atravesamiento, una ráfaga de luz sobre lo que lo aliena sin que él lo sepa. Con esta condición puede el sujeto vislumbrar lo que constituye su ventana sobre lo real.

En un abordaje clásico de la enseñanza de Lacan, la teoría del fantasma plantea que el significante tiene un efecto de mortificación sobre el cuerpo. Ahora bien, a partir del Seminario 17, El reverso del psicoanálisis4, Lacan invierte, sin embargo, su perspectiva. El significante, que era comprendido hasta entonces como lo que mortifica el goce, se revela también como responsable de una producción de goce. El significante se vuelve causa de goce, produce libido bajo la modalidad del plus-de-gozar. Al significante, que es causa de goce sobre el cuerpo, Lacan lo llama el síntoma. Su efecto es opuesto al del fantasma. Así pues, J.-A. Miller toma el síntoma como un más allá del fantasma5.

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