Lo que me orientó en la elección del rasgo fueron las primeras lecturas comentadas en nuestros encuentros como cartelizantes y las preguntas suscitadas allí ¿Qué es lo que hace que un discurso, bajo cierta creencia delirante, logre funcionar como metáfora para un grupo consiguiendo que se instale un nuevo orden? ¿Cómo cada sujeto se relaciona con dicho saber? ¿Qué función cumple para cada sujeto particular?

De este modo, recojo dos sintagmas, creencia (delirante) y metáfora delirante. La idea inicial era hacer un recorrido en la obra de Freud del término de creencia, si bien la envergadura de dicha empresa era inabarcable para los fines del trabajo. Por tanto, me centré en la creencia de la existencia del falo de la madre por su relación directa con el mecanismo del desmentido, así como qué dijo al respecto Lacan.

Se hace necesario concretar los términos creencia y delirio.

¿La creencia es un delirio? Podría decirse que sí, en cuanto a que están constituidas por cadenas significantes, y ambas corresponden a producciones de saber. Así, delirio y creencia producen un saber que pretende saber-la-verdad. Las aguas se separan en el momento en el que se establece la diferencia en la relación que el sujeto, devoto o incrédulo, mantiene con el Otro del lenguaje: si es del orden de la convención, de lo establecido, o de la verdadera invención.

El psicoanálisis debe su existencia, en parte, a la creencia de Freud en la verdad de su invento, el inconsciente, pese a que éste no era del todo accesible.

Saber, verdad y creencia son términos íntimamente ligados. Lacan afirma que la verdad es del orden de la creencia, pero no de la creencia cientificista que persigue una verificación empírica y exacta de los hechos, ya que éstos, precisamente, se instituyen a partir de un decir.

Por otro lado, si “todo el mundo es loco”, si todos deliramos, podríamos pensar la creencia y la metáfora delirante como modos de acercarse al saber, y el desmentido y la forclusión como formas de defenderse de lo real.

Como comenté más arriba, me centraré en trabajar la creencia en la existencia del falo y su desmentido, ya que como afirma O. Mannoni, es como si “la Verleugnung del falo materno trazara el primer modelo de todos los repudios de la realidad y constituyese el origen de todas las creencias que sobreviven al desmentido de la experiencia”1.

Así, la creencia que nos ocupa permite cierta operación a nivel fantasmático, procura una adhesión al discurso establecido sin poner en jaque la continuidad psíquica. Dicha operación es ejercida por el mecanismo de la desmentida, con la que el sujeto afirma y niega la castración al mismo tiempo, simultáneamente. La fórmula “Ya sé que… pero aun así…” ilustra cómo un sujeto sostiene la representación de la falta, y, a la vez, la creencia en la falta de la falta. Cuando escuchamos esta expresión en la clínica, hay que pensar que lo que está en juego es la castración. Un ejemplo paradigmático es la superstición.

Algo muy distinto ocurre cuando el sujeto no tiene el auxilio de un discurso establecido, no cuenta en su aparato psíquico con los significantes que le permiten dar sentido a lo que encuentra, se halla entonces perplejo, y tras mucho trabajo y esfuerzo, consigue dar sentido a través de la construcción de un delirio. Conforma así algo que le permite sostenerse, aunque nunca del todo ni para siempre. En cualquier momento puede encontrarse frente a algo que no está presente en su repertorio delirante, se encuentra forcluido, todo se desbarata entonces debido a un real que se le presentifica, y otra vez vuelta a empezar. Es como si el “sujeto” psicótico estuviera expuesto de forma constante a la posibilidad de ser traumatizado por el lenguaje. Así, de la perplejidad pasa al delirio en el mejor de los casos, y ello le procura cierta continuidad psíquica. El psicótico no tiene el auxilio del fantasma cuando hay algo de lo real que le golpea. Solo cuenta con su delirio, al que ama tanto como a sí mismo, como Freud le escribiera a Fliess.

Estas son algunas líneas del delirio como verdadera invención que desarrollaré en el producto final del trabajo.

Sobre la creencia en Freud

Freud hace referencia a este término a partir de 1923 cuando comienza a definir el concepto de Verleugnung, en este momento referido como desconocimiento y posteriormente como desmentido (J. L. Etcheverry), tratándolo como algo muy familiar y a la vez nuevo en sus teorizaciones. Así, en 1927 toma la Verleugnung para definirlo como mecanismo de defensa propio del fetichismo.

De este modo, en palabras de Freud en “El Fetichismo” (1927): “el varoncito rehusó darse por enterado de un hecho de su percepción, a saber, que la mujer no posee pene. No, eso no puede ser cierto, pues si la mujer está castrada, su propia posesión de pene corre peligro, y en contra de ello se revuelve la porción de narcisismo con que la naturaleza, providente, ha dotado justamente ese órgano”2. Y continúa: “No es correcto que tras su observación de la mujer el niño haya salvado para sí, incólume, su creencia en el falo de aquella. La ha conservado, pero también la ha resignado; en el conflicto entre la percepción indeseada y la intensidad del deseo contrario se ha llegado a un compromiso como sólo es posible bajo las leyes del pensamiento inconsciente”3. De este modo, en el lugar del pene ausente y el interés suscitado por dicho órgano, se elegirá un sustituto a modo de fetiche “como signo del triunfo sobre la amenaza de castración”. Y más aún, Freud afirma que dicho destino aleja al perverso de la homosexualidad, ya que le preserva de la aversión suscitada por el órgano femenino.

Así Freud en “La escisión del yo como proceso defensivo” (1938), observa este hecho en el niño ante la amenaza de castración con dos reacciones contrapuestas: por un lado, reconoce el peligro real, lo que supone renunciar a la satisfacción pulsional, “asume la angustia ante él como síntoma de padecer y luego busca defenderse de él”4, y por otro, desmiente la realidad objetiva y se instala “en la creencia de que no hay razón alguna para tener ese miedo a fin de perseverar así en la satisfacción”5. Es como si dos versiones del niño, la perversa polimorfa y la neurótica pudieran convivir felizmente, aunque no gratis. El precio que se paga es el de una fractura, una transformación irreversible en el yo, y ambas reacciones contrapuestas permanecen como núcleo de una escisión del yo.

Freud dejó este trabajo sobre la escisión del yo inconcluso, y el tema aparece retomado en las últimas páginas de Esquema de Psicoanálisis (1940). Aplica la idea de la escisión del yo no sólo a los casos de fetichismo y las psicosis, sino a las neurosis en general. En definitiva, dice Freud, “el resultado nunca es perfecto, sin residuo”6. ¿Qué hacer con ese residuo? Quedan ciertas cuestiones abiertas. En este sentido, Lacan encuentra su propia resolución, dicho en forma resumida: no hay escisión psíquica, sino sujeto del inconsciente; y la satisfacción pulsional que elude la castración es posible gracias al fantasma neurótico.

Eva de la Fuente, Psicoanalista en Madrid, participante en el NUCEP, Sección Clínica de Madrid. Este texto forma parte del cártel Todo loco es un mundo, como producto en elaboración.
delafuentem.eva@gmail.com

 

Notas:

  1. Mannoni, Octave. “Ya lo sé, pero aun así…”. La otra escena. Claves de lo imaginario. Amorrortu, Buenos Aires, 1973, p. 11.
  2. Freud, Sigmund. “El Fetichismo”. Obras completas. Vol. XXI. Amorrortu, Buenos Aires, 2004, p. 148.
  3. Ibid., p. 149.
  4. Freud, Sigmund. “La escisión del proceso defensivo”. Obras completas. Vol. XXIII. Amorrortu, Buenos Aires, 2001, p. 275.
  5. Ibid., p. 275.
  6. Freud, Sigmund. “Esquema de Psicoanálisis”. Obras completas. Vol. XXIII. Amorrortu, Buenos Aires, 2001, p. 206.