La primera sorpresa es el título de este Seminario, que reúne dos campos muy diferentes1. En su acepción común, el fantasma remite a la imaginación, a lo que Lacan llamaba el registro imaginario. Al manipular símbolos, la lógica pertenece al registro simbólico, por lo que nunca debería reunirse con el fantasma.
Segunda sorpresa: la lógica del fantasma es un poco la “arlesiana”2 de este Seminario. Lacan la evoca, vuelve a ella regularmente: “esto contribuye a nuestra lógica del fantasma”; “es lo que nos conduce a la lógica del fantasma”. Sin embargo, esta lógica no aparece nunca. No se le dedica explícitamente ningún capítulo, y Lacan deja a sus oyentes y lectores la tarea de reconstruirla.
En términos generales, el fantasma tiene un triple estatuto. En primer lugar, el fantasma como sueño, como en Les Rêveries du promeneur solitaire, donde se trata de sueños solitarios, conscientes, y que manejamos a nuestro antojo. La segunda acepción es más delicada: se refiere al fantasma como un medio de goce, solitario también. Digamos que es la imagen, el pensamiento, la frase, el escenario que suscita y acompaña la masturbación (la experiencia es conocida por todos). La tercera acepción es la más compleja: el fantasma inconsciente, el conocido como fantasma fundamental, que proporciona el marco de toda la vida mental del sujeto y que se descubre en el curso del análisis.
En este Seminario, Lacan retoma una fórmula del fantasma inventada tiempo atrás: ($ <> a). $, es el sujeto; el rombo designa un conjunto de relaciones; a es un objeto. El sujeto está tachado, escindido por el inconsciente, que está construido por pensamientos donde el sujeto no puede decir Yo. Como dice Lacan, “pienso ahí donde no soy”. El rombo significa aquí que el sujeto está fascinado, fijado por este famoso objeto a. Él está, dice Lacan, “desvanecido”, como la voz que es susceptible de desaparecer poco a poco. El sujeto se desvanece ante el objeto a que le fascina.
¿Cómo transmitir lo que es el objeto a? Los posfreudianos lo llamaron “objeto parcial”. Surgido del cuerpo, concentra el goce más intenso. Freud aisló el objeto oral y el objeto anal. Lacan añadió la mirada y la voz. La mirada es relevante especialmente en la psicosis, donde el sujeto se ve observado desde todas partes; este objeto también está presente en lo que Freud llamaba (el término ha quedado obsoleto) la perversión (Sartre utiliza el ejemplo del voyeur). El cuarto objeto, la voz, pasa a primer plano en la psicosis, donde el sujeto puede oír voces que le hablan en su cabeza; de este modo, podemos ver cómo la función de la voz está mucho más extendida. El quinto objeto podría haber sido el falo. Pero Lacan afirma precisamente lo contrario: “no hay objeto fálico”.3 Por eso lo escribe con un “menos” delante de la letra griega phi (– φ). El falo está afectado por la castración, iniciada, por así decirlo, por la detumescencia del órgano después de su goce.