Este título hace resonar de entrada la experiencia de la palabra en análisis, con un equívoco, un doble sentido: el sentido y la voluntad.

Querer decir en el sentido de « ¿qué significa? » y querer decir en el sentido de « ¿qué quiere? », en el sentido de un want to be.

Subrayo la palabra en análisis, porque es lo que nos interesa. Lo subrayo porque el título elegido para estas Jornadas evoca también el famoso título de Pierre Bourdieu que he vuelto a leer para esta ocasión. Es decir, en efecto, que « ¿hablar, qué quiere decir? » es un título que conlleva todo un movimiento que sigue resonando aún hoy, aunque de manera diferente. ¿Cómo? Bourdieu, como sociólogo de su tiempo, se dedicó a demostrar que en la manera que un sujeto tiene de apropiarse la lengua, lo que queda oculto, es el peso de lo social y de las condiciones económicas que determinan el habitus, o sea, la manera de hablar de un sujeto. Es la famosa cuestión ¿Quién habla? ¿Desde dónde hablas? que apunta a las condiciones sociales de apropiación de la lengua. La fuerza de un discurso no dependería entonces de los poderes de la palabra, sino de la autoridad del portavoz. La palabra clave es : dominación. Hoy, más que nunca, las teorías de la enunciación son el lugar de enfrentamiento privilegiado entre los que monopolizarían la palabra y los que no la toman. Pero lo que cambia, me parece, es que el conflicto entre dominantes y dominados, ya no está vinculado con la dominación simbólica a la que se refiere Bourdieu, sino que depende de una dominación diferente, un enfrentamiento de los cuerpos mismos : los blancos, los negros, los que tienen una vagina y los que tienen un pene. Ya no hay sujetos, sino cuerpos en piezas sueltas. Y por otro lado, la respuesta para luchar contra la dominación ya no es la liberación, sino una nueva coerción, una nueva dominación: por ejemplo, hablar conforme a la lengua inclusiva o a la enunciación neutra. Abreviando, digamos que las doctrinas de la enunciación plantean un verdadero giro de la civilización, al revés de lo que afirmaba Lacan. Es un debate apasionante que estará en pleno corazón de las conversaciones del próximo congreso de la AMP, «Todo el mundo es loco», para el cual les doy cita.

Les propongo volver a la definición que Roland Barthes daba de la censura. Tomaba como ejemplo la de Sade. Barthes afirma en «Sade, Fourier, Loyola» que Sade fue censurado dos veces: la primera, cuando se prohibió la venta de sus libros, la segunda cuando se lo declaró aburrido e ilegible. «La verdadera censura, la censura profunda no consiste en prohibir (cortar, suprimir, hambrear), sino en encerrar en estereotipos, en no nutrir más que con la materia repetida de la opinión común». Para Barthes el verdadero instrumento de la censura : «no es la policía, sino la endoxa».

Porque la lengua se define mejor por lo que obliga a decir y no por lo que prohíbe. La verdadera censura social no consiste en impedir, sino en obligar a hablar. ¿No es a esto precisamente a lo que asistimos? Una lengua preformatada, con sintagmas fijos, que eliminan todo rastro de enunciación, dando privilegio a las frases hechas que puedan entenderse a todos los niveles de los campos de la educación y de la salud, cualquiera sea el sitio en el que intervienen sus operadores : desde la guardería al hospital, sin olvidar la escuela. Son operaciones que no necesitan pasar por un saber, ni por la experiencia de la palabra. In fine, es cuestión de hablar una sola lengua, la lengua de lo mismo.

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