La Proposición de Lacan sobre el psicoanalista de la Escuela nos concierne. No deja de mirarnos, y, en este sentido, la Proposición «nos causa y nos habla». Esta causa es fundacional para la orientación de la Escuela, nuestra Escuela, la ECF, la cual se inscribe junto con las demás Escuelas de la AMP en la lógica forjada por Lacan para subvertir el modo de funcionamiento reinante en las asociaciones psicoanalíticas que se inscriben en la herencia freudiana.

Lacan pagó el precio por ese modo de funcionamiento, pagó la «libra de carne», no sin constatar en el curso de los acontecimientos que había ocupado el lugar de objeto a, de desecho. No se trata para mí de rehacer la historia de aquel momento que acabó en la exclusión de Lacan decidida por la jerarquía Ipeísta, sino de acentuar la respuesta en acto que dio Lacan: en primer lugar, la fundación en 1964 de la Escuela Freudiana de París1, surgida de su «Fundo —tan solo como siempre lo he estado en mi relación con la causa analítica—(…)», seguida de su Proposición2de 1967 sobre el pase.

Con su acto, Lacan hace de su posición de objeto un efecto de palanca, inscribiendo un corte, incluso una ruptura radical con la institución analítica y sus prácticas a través de la invención de lo nuevo. Los significantes nuevos inventados por Lacan son la Escuela como experiencia inaugural y el pase como procedimiento inédito.

Es evidente que Lacan no queda atrapado en la impotencia y que con su acto introduce y propone un modo de funcionamiento opuesto al que había dominado hasta entonces. Un funcionamiento cuyo propósito es elucidar lo real en juego en la formación de los analistas, real sobre el cual se fundan las sociedades analíticas existentes, lo que, según Lacan, provoca su propio desconocimiento y su negación sistemática3.

Lacan entonces realiza un corte propicio para extraer las cuestiones fundamentales relacionadas con la formación de los analistas, con la transmisión del psicoanálisis e incluso con la cuestión de la garantía que una Escuela propone; extraerlas de un modo de funcionamiento que reduce la función del analista a una condición profesional, inscribiendo la formación analítica bajo la égida del discurso universitario y el reconocimiento de los analistas como respuesta a la buena voluntad de una jerarquía que pertenece al discurso del amo.

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