Lo que Lacan ha nombrado “goce femenino” es del orden de una experiencia que nadie había abordado de esa manera, en esos términos y bajo esa modalidad. Este goce no puede reducirse a “la oposición bastante trivial entre goce clitoridiano y la satisfacción vaginal”1. El orgasmo vaginal, que caería bajo el poder de una fisiología que nadie puede definir bien, “mantiene inviolada su oscuridad”2; es decir, no dice nada sobre este goce. Del dark continent freudiano a la inviolabilidad del secreto de un goce que no se deja decir, tal es el camino propuesto por Lacan. Por esa razón, introduce un discurso completamente diferente sobre la sexualidad femenina, un discurso relativo a la experiencia del sujeto como Otro para sí mismo, o más bien otra para sí misma. Ahora bien, hay una verdadera actualidad de esta noción de “goce femenino”, no sólo en nuestro ámbito y en el marco del Congreso de la AMP sobre “La mujer no existe”, sino también en la civilización. Porque esta modalidad de goce, por la que Lacan se interesa especialmente desde principios de los años setenta, puede presentarse como un fenómeno o un “real”, que arroja luz sobre algunas experiencias de las vivencias más comunes que han producido enigmas en el siglo XX.

Pienso en la cuestión del consentimiento, en la de la relación con el deseo y también la relación con el amor. Desde la aproximación lacaniana al goce femenino, se entiende en qué sentido el problema del consentimiento, como consentimiento al deseo y al goce, no puede abordarse desde la referencia de un consentimiento esclarecido. El consentimiento a la feminidad es un consentimiento a la experiencia de una verdadera desposesión de sí que compromete al sujeto femenino en una puesta en juego del cuerpo y la palabra. Esto es lo que hace posible que un sujeto femenino se sienta “zozobrar”3, tanto del lado de un goce exquisito como del borde de un “abismo”4, como lo llama Catherine Millot.

Mi objetivo es demostrar la especificidad de esta experiencia, que encontramos en la clínica, tanto como psicoanalista como en tanto que analizante. ¿Cómo se presenta este famoso goce femenino “por el que la mujer calla”5, si creemos a Lacan? Si se manifiesta en el corazón del silencio, ¿cómo localizarlo, cercarlo y dar cuenta de su existencia?

Lo indecible de un goce otro

Una de las apuestas del seminario Aún, me parece, que es la de abrir el camino a un discurso sobre este goce femenino y, para hacerlo, apoyar esa vía en una cierta concepción de lo escrito en el corazón de la palabra. En efecto, Aún es un seminario en el que Lacan abre la vía al mismo tiempo a lo que llama el “no-todo”6 y a lo que considera la función de lo escrito en el corazón de la palabra. Es quizás uniendo estas dos partes, la del goce femenino y la de la función de la palabra escrita, como podemos intentar esclarecer este goce femenino.

Se puede decir que antes de Aún, Lacan distinguía el goce en la psicosis, el goce en la perversión y el goce apoyado en los fantasmas en la neurosis. En el Seminario sobre Las psicosis, en 1955, a propósito del caso del presidente Schreber, Lacan muestra en qué sentido la experiencia de disolución imaginaria de la relación con el cuerpo conduce a una interpretación delirante de lo que se produce, desde un punto de vista subjetivo, para Schreber. El partenaire de Schreber se convierte en “ese Dios a la vez asexuado y polisexuado, que engloba todo lo que todavía existe en el mundo al que Schreber está enfrentado”7. Lacan muestra así en qué sentido la forclusión del Nombre-del-Padre se manifiesta bajo las formas de una feminización del sujeto y de la experiencia de una voluptuosidad asociada a la idea de la cópula con Dios8.

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