La feminidad, tomada en el sentido de lo propio del objeto femenino, es lo que se interpone en el camino de cualquier Zeitgeist, cualquier espíritu de la época. Tropieza siempre con una descripción de la mujer, la que solo se puede decir bajo una forma que escapa, que huye a la descripción y que, siempre desbordada por su objeto, se convierte en difamación, lo que Lacan escribe dit-fâmmer*. La feminidad, según las épocas, objeta el espíritu de un modo particular cada vez. La feminidad de los tiempos de Freud era aquella que la reina Victoria había encarnado, definiendo tanto su época como el final del largo siglo XIX como era victoriana. El régimen de goce que se establecía bajo esta bandera era una mezcla de prohibiciones, idealizaciones y desconocimientos, las cuales iban a provocar la insurrección freudiana fundada en un desciframiento radicalmente nuevo de la feminidad. De ese régimen, Lewis Carroll supo hacer en su Alicia en el país de las maravillas, un retrato de una aguda ironía, haciendo del capricho de la reina un terror errático: «¡Que le corten la cabeza!».2

La época de Lacan rompe con la era victoriana. La emancipación de las mujeres que propicia la masacre de la Gran Guerra abre una nueva era. Da lugar a una figura totalmente nueva de la feminidad. Se la llamará la garçonne, la sufragista, la flapper**, como modos de nombrar a tantas facetas del objeto que enloquecían a los nuevos amores. Cuando Lacan alcanzó la madurez, fue contemporáneo tanto de las provocaciones vitales dadaístas como del amor loco de los surrealistas; de la experiencia interior de Georges Bataille, o de la magnífica locura de Zelda***. La originalidad de Lacan ha sido no ceder a ninguna idealización. Fiel a la actitud que él mismo define en su carta al padre, que Lacan Redivivus ha puesto en nuestro conocimiento: «Mi personalidad consiste en que me niego rotundamente a dejar que me llenen la cabeza. Siguiendo el método científico primero veo cuáles son los fenómenos, luego estudio a qué leyes obedecen; entonces, si me interesa, puedo considerar modificarlos».3No examina las idealizaciones del amor loco, si no el funcionamiento preciso de la locura femenina en acto. Será su tesis en psiquiatría la que lo llevará al psicoanálisis, pero también a su propio psicoanálisis.

La tesis y el análisis

En el texto publicado en 1966 titulado De nuestros antecedentes, Lacan refiere su entrada en el psicoanálisis al desarrollo de un «método de clínica exhaustiva, del cual nuestra tesis de medicina constituye el ensayo».4 El mecanismo psiquiátrico de Clérambault, asumido como «fidelidad a la envoltura formal del síntoma»,5 la lucha contra la denominada estabilidad del yo y, de hecho, el método de exhaución lógico, constituyen los elementos de una configuración de entrada en el psicoanálisis. Esto resulta propicio para la confrontación con los prejuicios post-freudianos, a la vez que traza los caminos de renovación que Lacan abriría.

Con la tesis sobre Aimée, Lacan quiere encontrar la llave de la pasión femenina. Aimée es el misterio de la pulsión de muerte en las mujeres y su pasaje al acto. Decididamente, Lacan penetraba en la zona donde ellas querían golpear al hombre y su objeto de loco enamoramiento. Aimée anuncia la lectura que Lacan hará del caso de las hermanas Papin, de Medea, Antígona, Madeleine Gide, de las tragedias de Claudel, de El Imperio de los sentidos, de las místicas. Al destacar los gestos de la «verdadera mujer», aquella que transgrede cada vez los límites apuntando hacia eso que el hombre tiene de más precioso, Lacan da valor al más allá de la rivalidad fálica del penisneid. Ella golpea al hombre para hacerle daño y agujerear el horizonte de la época y de su discurso. Lacan no es un místico del goce femenino, sino un descifrador apasionado de la posición femenina de la sexuación, de la cual él acabará por proporcionar el matema. Esto es, sin duda, lo que Lacan analizante ha querido descifrar accediendo a un problema crucial para el psicoanálisis.

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