Despatologizar la clínica -expresión atrevida- se impone en un momento en el que se sustituye el punto de referencia tomado en el significante, el que se arraiga en la búsqueda de un goce inflacionista. Efectivamente, si la opinión pública identificaba la locura a través de los trastornos de la palabra y del lenguaje, no logra detectarla con el goce en primer plano. Desde este punto de vista, la sociedad desconoce la locura, también desconoce las estructuras clásicas de la neurosis, produce una despatologización salvaje. A esto conviene oponer otra concepción de la despatologización que califico como lacaniana: despatologizar no consiste en aplanar la clínica sino en mantener sus aristas. Que el goce venga a enmascarar, a suplantar la estructura —por ejemplo, en el uso que se hace del semblante en la suplencia— no borra las aristas de lo real como tal. Lo real testigo de la estructura.

Punto de partida en Lacan

El momento en el que el goce toma su valor, su lugar igual al significante, marca una transición en la enseñanza de Lacan, señalado como tal por Jacques-Alain Miller en torno al Seminario Aún. A partir de ahí se puede hacer que el goce responda a la forclusión generalizada. Desde este momento, Lacan une, condensándolos, significantes de la clínica separados hasta entonces, haciendo aparecer neologismos equivalentes a una nueva forma de matemas. Este es el caso del término lalangue que se constituye a partir de Función y campo de la palabra y el lenguaje en psicoanálisis1. Lo mismo ocurrirá con el parlêtre, que tiene –dice– la ventaja de sustituir al inconsciente2. El síntoma, que toma el nombre de moterialismo3. Podemos entrever este mismo principio en el pasaje del superyó al propio goce, el del yo al ego, pasando por la dimensión megalomaníaca del yo que, en la psicosis, a menudo ocupa el lugar de la subjetivación imposible.

Esta premisa nos permite orientarnos en la concepción de la despatologización que J.-A. Miller avanza a través del binario irreductible del ser y la ex-sistencia. Estas dos vertientes del parlêtre, el lado del significante y el lado del objeto, se presentan como no segregativas entre las estructuras, mientras que la estructura no ha sido excluida.

Consecuencias para el analista

Para el analista, la primera consecuencia concierne a la interpretación. A las formas de interpretación lacaniana (corte, interpretación apofántica, equívoco) se añaden ahora formas de decir o de hacer cuando aparecen signos discretos de la psicosis, signos como los que se vislumbran en las consultas de los analistas. Esto confiere un mayor alcance al dicho de Lacan: el analista es un rétor que opera solo a través de la sugestión, dicho de otro modo, no impone algo que tenga consistencia, se apoya en ex-sistir4. Lo que constituye lo verdadero o lo falso es el peso del analista que opera a través de algo que no es fundamento de la contradicción5. ¿No designa de este modo Lacan al analista como un semblante del objeto a? Por ejemplo, en la psicosis apelar a la lógica para que se produzca un asentimiento del lado del sujeto, es una de las formas posibles de esta función del rétor. Lo mismo ocurre cuando el analista desliza un significante entre dos S1 independientes. Al sujeto le queda captarlo como un matiz que actúa como un S2 atenuando la potencia y la rigidez de la cadena significante. ¿No podríamos decir que en la psicosis conviene “marear la perdiz”?, o, dicho de otro modo, ¿prescindir de la identificación al falo para servirse de él y hacerse con el objeto a en el bolsillo? En la neurosis conviene cazar la perdiz, ya que incomoda e impide el acceso al objeto a, en este caso, recortable6.

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