¿Deseo trans o euforia de género?

La actualidad es trans: está que arde, se exhibe, se infla y se inflama. El discurso trans reivindica, interpela, impugna, vitupera, vocifera, legifera. En síntesis: se hace un lugar y se instala, incluso se impone y suscita debates por doquier. Efectivamente, lo trans goza de una situación mediática triunfante. Pero ¿qué es exactamente lo trans? ¿Un fenómeno cultural? ¿Un movimiento social? ¿Un síntoma? ¿Una teoría? ¿Un nuevo paradigma? ¿Una práctica? ¿Un modo de goce? ¿Un lobby? Parece necesario precisar su perfil, al menos sus declinaciones, así como su alcance.

Bajo el título El deseo trans, esta obra1 interpreta dicha actualidad a varias voces. Publicada por nuestros colegas de la ELP, coordinada por Vilma Coccoz e inspirada por J-A. Miller, –que sacudió a la comunidad analítica lanzando al Campo Freudiano el mensaje: «2021: Año trans»–, esta selección de textos propone un análisis de la cuestión trans en sus vertientes epistémica, política, clínica y legislativa.

Entusiasmados e instruidos por su lectura, les proponemos un breve comentario en algunos puntos y sin ninguna pretensión de exhaustividad.

El discurso trans y los otros

El deseo trans es solidario de la lógica capitalista, dominada por el plus de gozar sin pérdida, y promueve así una concepción del ser humano inspirada del arquetipo del self made man o de la idea del hombre como una empresa de sí mismo. La identidad de género reivindicada por lo trans se funda en un rechazo del Otro, y, por tanto, de la castración. Es una identidad autodeterminada: no hay en ella lugar para la alteridad. Amanda Goya 2 nos propone considerar este hecho a la luz de la expresión de Lacan según la cual «El loco es el hombre libre».3

El sujeto trans se inscribe asimismo en el paradigma del discurso de la ciencia y de la técnica al ofrecer su cuerpo a la cirugía o a los tratamientos hormonales. El discurso de la ciencia se funda en una negación de lo imposible, algo que vemos en acción en el sujeto trans cuando apunta a la transición de un sexo al otro ex nihilo y sin resto. De este modo, el sujeto es forcluido por el discurso de la ciencia, quedando reducido a un puro objeto que se trata de manipular a través de la técnica sin que la mínima interrogación haya de ser formulada acerca de su deseo.

J.-A. Miller propone leer el tono asertivo que emplea en la actualidad el movimiento trans a la luz de la evolución de las políticas de salud en occidente desde la posguerra, cuando el paso de la dictadura a la democracia sanitaria ha favorecido el estallido de lo que él denomina «la revuelta de los trans». Un cambio de paradigma opera en la actualidad como marco discursivo en los debates socio-culturales, que él nos propone considerar a partir del movimiento masculinista MGTOW (Men Going in Their Own Way). Según este movimiento, viviríamos hoy una situación de injusticia distributiva provocada por una supremacía del feminismo. Para combatir esta supremacía, el MGTOW propone una estrategia fundada sobre el axioma de la separación: no mezclarse con el enemigo, permanecer en la homogeneidad del «nosotros». En este sentido, hay un deseo de segregación en acción hoy en día, sostenido por el axioma del supremacismo y el del separatismo. Pues bien, la enunciación del movimiento trans está atravesada por la misma lógica que la del MGTOW, propone Miller. Así, ciertos trans se proponen como nuevos amos, predicadores o incluso profetas que dan lecciones (cf. P.-B. Preciado en las jornadas de la ECF 2019). El movimiento trans se presenta a sí mismo en ciertos contextos como el futuro del hombre, prometiéndonos un horizonte de la humanidad en el que el trans sería el modelo a seguir. No obstante, dice Miller, «bajemos a tierra»: se trata de una “Schwärmerei” (una ensoñación)4: los datos estadísticos muestran que la población trans es más frágil y está más amenazada que la cis.

En este sentido, Éric Laurent 5 nos señala los estudios realizados en el norte de Europa (Finlandia, Suecia, Inglaterra) que ponen en evidencia las secuelas somáticas importantes sufridas por jóvenes que se han sometido al protocolo de reasignación de género (bloqueadores de pubertad y hormonas del sexo opuesto). Los resultados de estos estudios han llevado a algunos servicios especializados a suspender dicho protocolo. Ahora bien, «La norma trans [que promueve el derecho a la vida a cualquier precio] se niega a reconocer la amenaza de muerte que implica la reasignación activa del género. La muerte sólo tiene lugar por la amenaza de suicido en caso de rechazo de inclusión en el protocolo. Es querer ser el amo, que acepta el riesgo de muerte en sus propios términos y condiciones».6

El discurso trans se presenta como subversivo pero en realidad está al servicio del amo contemporáneo y de la tiranía del plus de goce.

LGTBQIA+: De la diversidad de una clínica

Lesbianas, gays, trans, bisexuales, queer, intersexuales, asexuales, etc. La lista es larga y potencialmente infinita. El acrónimo designa una comunidad homogénea que abarca sub-comunidades heterogéneas. Cada una de ellas reclama su neo-identidad específica y por tanto su derecho a existir y a pertenecer a un conjunto labelizado. Pero esta operación no deja de provocar efectos colaterales que son inherentes a la propia lógica taxonómica, puesto que para crear nuevas categorías conceptuales es necesario oponer las unas a las otras, de modo tal que la distinción conceptual en la teoría provoca necesariamente une segregación real en la práctica.

Surgen entonces diferencias que es importante examinar, en particular en el plano clínico. Jean-Claude Maleval se consagra así a una clínica diferencial del transexual y del transgénero. «Los transexuales siguen fuertemente apegados a una concepción binaria del sexo arraigada en la biología; mientras que los transgéneros se esfuerzan por implementar la fluidez de los géneros construidos socialmente».7 Maleval muestra asimismo la correlación de fuerzas en acción en el plano político: el DSM mantiene al transexualismo en el seno del diagnóstico de disforia de género. En cambio, el transgénero es considerado como un sujeto que está en desacuerdo con los roles ligados al género, y, en este sentido, su posición indica más una opción política que una patología. De hecho, el movimiento transgénero trata de ostracizar al transexual en la medida en que este último reivindica la diferencia sexual, constituyendo así un «obstáculo epistemológico»8 a la fluidez de géneros.

Dos textos ponen su atención en los sujetos intersexuales y las cuestiones clínicas y políticas que su caso plantea. Se llama intersexuales (otrora hermafroditas) a las personas cuyo sexo al nacer no se conforma al binario femenino/masculino, ya sea a nivel cromosómico, a nivel de las gónadas, las hormonas o bien de los órganos genitales propiamente dichos. En el estudio clínico que consagra a esta cuestión, Gabriela Medín 9 explica la modalidad de tratamiento que ha prevalecido en estos casos hasta el fin del siglo pasado: el cuerpo médico decidía rápido del sexo que debía asignarse al recién nacido, y una serie de intervenciones quirúrgicas de objetivo correctivo era realizada con la finalidad de suprimir la incertidumbre de manera precoz.

Ahora bien, estudios de casos tratados con larga duración han puesto en evidencia los estragos producidos por estas prácticas autoritarias, de tal modo que algunos movimientos divergentes se hacen oír con el objetivo de exigir una puesta en suspenso o incluso una supresión pura y simple de las intervenciones quirúrgicas de asignación de sexo para los niños intersexuales.

Virginie Leblanc 10 se centra también en el caso de los intersexuales, cuya problemática constituye en cierto sentido un contrapunto a la de los transexuales: efectivamente, los intersexuales demandan el abandono de las intervenciones endocrinas y quirúrgicas precoces que apuntan a fijarlos a un sexo (masculino o femenino), ¡mientras que los transexuales reclaman el acceso a ellas!

Dimensión legislativa

El 27 de junio del 2022 el Consejo de Ministros del Parlamento español votó la aplicación de la «Ley trans LGTBI» que apunta a reconocer y garantizar los derechos fundamentales de las personas pertenecientes a esta comunidad. Esta ley ratifica en su conjunto los puntos contenidos en el proyecto de ley: la autodeterminación de género, la despatologización de las personas trans, el derecho a la parentalidad de las parejas de mujeres, la prohibición de las terapias llamadas «de conversión», los derechos de las personas intersexuales, la educación en la diversidad y la inserción sociolaboral de las personas trans, el derecho a un tratamiento médico integral de las personas trans.

Ana Aromí11 señala en su texto el modo en que esta ley viene a precipitar el declive del diagnóstico de disforia de género (la despatologización). Efectivamente, este diagnóstico ha operado hasta ahora de hecho como un pasaje obligado, tanto para las personas que deseaban cambiar su sexo en el registro civil como para aquellas que solicitaban un tratamiento hormonal o quirúrgico en el sistema público de salud. Esta disforia clínica es remplazada hoy en día por una suerte de euforia política. La despatologización se impone así como un a priori de la ley trans, casi bajo el modo de una amenaza. Ahora bien, la despatologización así entendida implica también lo que podríamos llamar una despsicologización: toda la dimensión subjetiva es sustraída de la ecuación. De modo tal que solicitar una transición de identidad de género equivale a reclamar un derecho o incluso a consumir un objeto: su obtención debe ser incondicional. El mínimo intento de interrogar dicho deseo es catalogado de transfóbico. Se pone de manifiesto aquí una consecuencia inherente a la lógica de la autodeterminación: la mínima manifestación del Otro (el deseo de cuestionar, la dialéctica, etc.) es percibida inmediatamente como amenazante y debe por tanto ser proscrita de entrada.

Amanda Goya12 nos indica por su parte que la ley trata de borrar la diferencia entre el niño y el adulto, puesto que el cambio de sexo en el registro civil podrá ser solicitado también por los niños que tengan entre doce y catorce años, incluso sin el consentimiento de sus padres. Podemos considerar esto efectivamente como una aberración, si tenemos en cuenta el hecho de que el niño es por excelencia, e incluso por definición, un ser heterónomo y dependiente del Otro a todos los niveles.

Podemos añadir que el acceso indiscutible y casi automático a la transición de género que esta ley autoriza produce una frivolización de la sexualidad, en el sentido en que esta es reducida a un puro juego de semblantes, en la que la dimensión real (en el sentido de lo real lacaniano) es excluida. La ley supone igualmente una degradación de la subjetividad de las personas concernidas, que corren el riesgo, tal y como lo señala Amanda Goya, de ser “objetalizadas” por el procedimiento al que se someten, ya sea este de naturaleza administrativa o bien quirúrgica. Su estatuto de sujeto de deseo es incluso puesto en cuestión, a partir del momento en el que no hay ya ningún Otro susceptible de interrogar dicho deseo.

En ese sentido, no podemos sino suscribir la declaración de M. Bassols, para quien «si el analista de nuestro tiempo debe ser dócil al significante “trans”, ello no quiere decir que deba ser dócil a la exigencia de reconocimiento de los sujetos que se autodefinen como trans, sin poner en cuestión los significantes amo en los que se apoya esta exigencia».13

Tal y como lo apunta en otro lugar Éric Laurent, una docilidad gratuita e incondicional que supusiese una renuncia a tomar posición comportaría el riesgo de relegarnos a una pura función de administradores de tratamientos uniformizantes.14

Concluiremos diciendo que lo trans (ya se presente bajo el modo de un síntoma, un deseo, un modo de gozar o incluso una demanda), es una realidad ante la cual los analistas no debemos retroceder, que conviene ciertamente acoger con docilidad, pero no sin la orientación del deseo del analista, que constituye al fin y al cabo la brújula que nos permite ajustar nuestra posición de intérpretes de la mejor manera.

Nicolás Landrischini. Miembro de la École de la Cause Freudienne. Psicoanalista en París.
nicolandri@hotmail.com

El deseo trans, Jacques-Alain Miller y otros, Vilma Coccoz, coord. Editorial RBA, Barcelona, 2022.

 

Notas:

  1. Miller, Jacques-Alain y otros. El deseo trans, RBA, Barcelona, 2022, Vilma Coccoz (coord.).
  2. Goya, Amanda. «No todo lo que brilla es oro. Comentario sobre la futura ley trans», Ibíd., p. 198.
  3. Lacan, Jacques. «Acerca de la causalidad psíquica», Escritos 1, Siglo Veintiuno Editores, Buenos Aires, 2014.
  4. Miller, Jacques-Alain. «Dócil a lo trans», op.cit., p.37.
  5. Laurent, Éric. «Biopolítica de la norma trans», op. cit., pp. 43-56.
  6. Ibíd., p. 48.
  7. Maleval, Jean Claude. «El transexualismo objeta al transgenerismo», Ibíd., p. 137.
  8. Expresión que tomamos prestada a J.-A. Miller en su «Entretien surLe sexe des Modernes», conversación con Éric Marty publicada en el nº 927 de Lacan Quotidien.
  9. Medín, Gabriela. «Intersexo. Desafíos de una condición genética no binaria», op. cit., pp. 229-246.
  10. Leblanc, Valerie. «De la creencia a la diferencia de los sexos más allá del binarismo: un recorrido por la sexuación», ibíd., pp. 84-102.
  11. Aromí, Anna. «Despatologización del trans», ibid., pp. 155-170.
  12. Ibid. nota 2.
  13. Bassols, Miquel. «El empuje a lo trans y la nueva normalidad», op.cit., p. 61.
  14. Laurent, Éric. «Âge de raison, âge d’inclusion ?», in Lacan Quotidien nº 929.